Los versos de Safo nacieron cantados. No se leían en la intimidad, sino que tenían melodía y ritmo y se interpretaban a viva voz -quizás amplificados por un coro- en celebraciones colectivas. Aquellos que los escuchaban, se los aprendían de memoria para reinterpretarlos a su vez, y así corrían por los salones y las sobremesas en forma oral. No se fijaron en forma escrita hasta mucho después de su muerte. Existe, pues, un vínculo natural con la canción pop contemporánea.
La música de Safo se ha perdido. No se ha podido reconstruir la sonoridad original de esos hits de la antigüedad, son un misterio. Pero es posible -y muy tentador- zambullirse en el espíritu de sus textos, en ese dulce tormento de no poder agarrar lo deseado, y jugar con algunos elementos de su legado poético y musical: la estrofa sáfica, la lira, el plectro, el modo mixolidio; pero, sobre todo, con la potencia de sus imágenes, y reinterpretarlos desde el pop contemporáneo.
En el fragmento 36, Safo dice: “Deseo, y después busco”. Este verso define certeramente el anhelo que nos mueve. La necesidad de escribir antecede a las palabras, el impulso de hacer vibrar la voz y el instrumento musical antecede a la canción. El deseo de amar antecede al encuentro con el objeto amoroso.
En otro fragmento Safo dice: “Vamos, lira divina, hazte sonora”. Hoy su lira sería una guitarra, o tal vez un sintetizador. ¿Cómo habría sonado Safo, la cantautora primigenia, la primera de la estirpe, en el siglo XXI? Imaginemos una tarde florida, no tan remota, en una isla intemporal.
Artistas: Christina Rosenvinge, Festival Grec 2022