Cantabria está de celebración este año. El motivo es el inicio del Año Jubilar, conmemorado con un Camino Lebaniego que vuelve a confirmar ese dicho paulocoelhiano del viaje como prioridad antes que el destino y la existencia de nuevos mundos secretos que harán las delicias de los amantes de Tolkien, Juego de Tronos y La Vaca Que Ríe.

Encontrarás obstáculos en el camino

Una publicación compartida de Raul Santos (@rubayork) el

Una vez quisiste que Bustamante te firmara un autógrafo, allá por 2002, pero ahora viajas a Cantabria por otros motivos y, de paso, visitas esas playas tan cucas de San Vicente de la Barquera de las que una vez te hablaron. Y es allí, mientras te comes un delicioso cucurucho de rabas apoyado en una vaca, cuando el aire se llena de hojas, como en Pocahontas, y al poco tiempo ves a varios peregrinos recorriendo las sendas hacia el oeste. Tú te unes, porque siempre quisiste ir a Galicia, pero entonces alguien te dice que seas alternativo, que hagas el Camino Lebaniego. ¿Lebaqué?

Una publicación compartida de Gema (@gemasalgar) el

Como el viento y las hojas de colores se han vuelto muy pesados, no te queda más remedio que comenzar a andar, adentrándote en escenarios épicos y estampas verdes que te recuerdan a un fondo de pantalla de Windows, pero mejor.

La primera etapa de este peregrinaje alternativo se establece entre San Vicente de la Barquera y Cades. Poco más de 28 kilómetros de pueblos en los que un cocido no desentona en agosto al llegar a Serdio, en el municipio de Val de San Vicente, seguido por La Acebosa, con sus tejados rojos, sus ermitas de piedras y sus vacas (y ponis) dándote la bienvenida. Después, a medida que la cordillera más famosa de España va convirtiendo Cantabria en un escenario digno de Tolkien, te sorprendes con Hortigal y Estrada, cuyo foso y torres de la Edad Media evocan a la prima hermana de Invernalia, solo que aquí la gente no tiene lobos como mascotas.

Una publicación compartida de Marco Antonio (@1dobra1) el

Junto al río Nansa se erigen estrechos puentes de madera entre bosques casi infinitos donde la paz solo se ve interrumpida por el sonido del agua cayendo de las cascadas, las laderas y cualquier elemento mínimamente sólido. Y es que por algo lo llaman senda fluvial, un nombre más refrescante que playa, daikiri y esos otros clásicos veraniegos. Porque tú y tu nueva ruta sois alternativos, ¿recuerdas? Después Cabanzón y finalmente Cades, cuya ferrería es una de las piezas angulares que forjaría la revolución industrial. Como viajar en el tiempo, con sus viejos canales y las torres donde aún parece escucharse el martilleo de los hombres golpeando el hierro.

Setas mortales, desfiladeros estrechos y otras “epicidades”

Tras dejar Cades llegarás a un lugar llamado Lafuente, de tan solo treinta habitantes y una iglesia, Santa Juliana, declarada Monumento de Interés Cultural gracias a sus atributos románicos. Pero lo mejor llega cuando subes por los peñascos y las viejas ilusiones infantiles vuelven a ti al descubrir desde un mirador el valle de Lamasón, cuyo verde reduce a Hulk, Yoda y la Rana Gustavo a la altura del betún, el aire es tan puro que te salen mariposas en los pulmones y la sensación de que se mueven oseznos a tus espaldas es una certeza más tierna que aterradora.

Pero no, no nos queda tiempo para acariciar ositos, pues el camino también alberga muchos peligros. Solo diré una palabra: setas, más concretamente, la amanita faloides, que a pesar de su tierno nombre puede provocarte la peor de las muertes y dejarte tieso en un bosque de robles donde algunos espíritus aún susurran viejos nombres.

Pero nunca te gustaron los salteados de champiñones, así que admiras los encantos prerrománicos de Santa María de Lebeña y te topas con dos épicas opciones: el camino tallado por el desfiladero de la Hermida, cuyas laderas parecen formar templos y acoger orcos; o un bosque de castaño que susurra y en otoño cambia de colores.

Arriesga, my friend.

Tranquilo, que también hay orujo

Comienzas a percibir el misticismo que te espera al final de tu ruta, pero algo en ti ha cambiado. Las cumbres lejanas de los Picos de Europa te envuelven en una última etapa más introspectiva mientras te adentras en un Valle de Liébana que comienza a dibujarse justo antes de Potes, todo un clásico de la Cantabria profunda.

Conocida como la ciudad de los puentes, Potes es ambiciosa. Ubicándose en la confluencia de cuatro valles y dos ríos, el Deva y el Quiviesa, fue testigo de viejas luchas medievales como los Mendoza y los Manrique (la versión cántabra de los padres de Romeo y Julieta) o una gastronomía que reconforta al peregrino a base de cocido lebaniego y una cecina que sabe a cielo. ¡Ah! Y orujo, mucho orujo, que Cantabria está en todo.

Tras tu gran aventura, tan solo 3 kilómetros te separan de tu destino. Y tras la llegada de otros peregrinos llegados de todas las partes del norte, al fin lo ves, un Monasterio de Santo Toribio de Liébano que comparte su celebración con Jerusalén, Roma, Urda, Caravaca o Santiago de Compostela.

Porque la famosa Puerta del Perdón no solo se abre este año para permitirte tocar la Lignum Crucis, el trozo más grande de la cruz de Cristo, sino para confirmar que desviarse de ciertos caminos para tomar otros igual de impresionantes es posible aún en nuestro país, en esa Cantabria mágica, épica, mística. Infinita.

Eres alternativo, lo sabes.

Cantabria y su Camino Lebaniego también.  

 

Encontrarás obstáculos en el camino

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Una vez quisiste que Bustamante te firmara un autógrafo, allá por 2002, pero ahora viajas a Cantabria por otros motivos y, de paso, visitas esas playas tan cucas de San Vicente de la Barquera de las que una vez te hablaron. Y es allí, mientras te comes un delicioso cucurucho de rabas apoyado en una vaca, cuando el aire se llena de hojas, como en Pocahontas, y al poco tiempo ves a varios peregrinos recorriendo las sendas hacia el oeste. Tú te unes, porque siempre quisiste ir a Galicia, pero entonces alguien te dice que seas alternativo, que hagas el Camino Lebaniego. ¿Lebaqué?

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Como el viento y las hojas de colores se han vuelto muy pesados, no te queda más remedio que comenzar a andar, adentrándote en escenarios épicos y estampas verdes que te recuerdan a un fondo de pantalla de Windows, pero mejor.

La primera etapa de este peregrinaje alternativo se establece entre San Vicente de la Barquera y Cades. Poco más de 28 kilómetros de pueblos en los que un cocido no desentona en agosto al llegar a Serdio, en el municipio de Val de San Vicente, seguido por La Acebosa, con sus tejados rojos, sus ermitas de piedras y sus vacas (y ponis) dándote la bienvenida. Después, a medida que la cordillera más famosa de España va convirtiendo Cantabria en un escenario digno de Tolkien, te sorprendes con Hortigal y Estrada, cuyo foso y torres de la Edad Media evocan a la prima hermana de Invernalia, solo que aquí la gente no tiene lobos como mascotas.

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Junto al río Nansa se erigen estrechos puentes de madera entre bosques casi infinitos donde la paz solo se ve interrumpida por el sonido del agua cayendo de las cascadas, las laderas y cualquier elemento mínimamente sólido. Y es que por algo lo llaman senda fluvial, un nombre más refrescante que playa, daikiri y esos otros clásicos veraniegos. Porque tú y tu nueva ruta sois alternativos, ¿recuerdas? Después Cabanzón y finalmente Cades, cuya ferrería es una de las piezas angulares que forjaría la revolución industrial. Como viajar en el tiempo, con sus viejos canales y las torres donde aún parece escucharse el martilleo de los hombres golpeando el hierro.

Setas mortales, desfiladeros estrechos y otras “epicidades”

Tras dejar Cades llegarás a un lugar llamado Lafuente, de tan solo treinta habitantes y una iglesia, Santa Juliana, declarada Monumento de Interés Cultural gracias a sus atributos románicos. Pero lo mejor llega cuando subes por los peñascos y las viejas ilusiones infantiles vuelven a ti al descubrir desde un mirador el valle de Lamasón, cuyo verde reduce a Hulk, Yoda y la Rana Gustavo a la altura del betún, el aire es tan puro que te salen mariposas en los pulmones y la sensación de que se mueven oseznos a tus espaldas es una certeza más tierna que aterradora.

Pero no, no nos queda tiempo para acariciar ositos, pues el camino también alberga muchos peligros. Solo diré una palabra: setas, más concretamente, la amanita faloides, que a pesar de su tierno nombre puede provocarte la peor de las muertes y dejarte tieso en un bosque de robles donde algunos espíritus aún susurran viejos nombres.

Pero nunca te gustaron los salteados de champiñones, así que admiras los encantos prerrománicos de Santa María de Lebeña y te topas con dos épicas opciones: el camino tallado por el desfiladero de la Hermida, cuyas laderas parecen formar templos y acoger orcos; o un bosque de castaño que susurra y en otoño cambia de colores.

Arriesga, my friend.

Tranquilo, que también hay orujo

Comienzas a percibir el misticismo que te espera al final de tu ruta, pero algo en ti ha cambiado. Las cumbres lejanas de los Picos de Europa te envuelven en una última etapa más introspectiva mientras te adentras en un Valle de Liébana que comienza a dibujarse justo antes de Potes, todo un clásico de la Cantabria profunda.

Conocida como la ciudad de los puentes, Potes es ambiciosa. Ubicándose en la confluencia de cuatro valles y dos ríos, el Deva y el Quiviesa, fue testigo de viejas luchas medievales como los Mendoza y los Manrique (la versión cántabra de los padres de Romeo y Julieta) o una gastronomía que reconforta al peregrino a base de cocido lebaniego y una cecina que sabe a cielo. ¡Ah! Y orujo, mucho orujo, que Cantabria está en todo.

Tras tu gran aventura, tan solo 3 kilómetros te separan de tu destino. Y tras la llegada de otros peregrinos llegados de todas las partes del norte, al fin lo ves, un Monasterio de Santo Toribio de Liébano que comparte su celebración con Jerusalén, Roma, Urda, Caravaca o Santiago de Compostela.

Porque la famosa Puerta del Perdón no solo se abre este año para permitirte tocar la Lignum Crucis, el trozo más grande de la cruz de Cristo, sino para confirmar que desviarse de ciertos caminos para tomar otros igual de impresionantes es posible aún en nuestro país, en esa Cantabria mágica, épica, mística. Infinita.

Eres alternativo, lo sabes.

Cantabria y su Camino Lebaniego también.  

 

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Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.