Llegué a Marruecos buscando ese pueblo de color azul que tanto aparece en las guías y las redes sociales. Y así, tras cuatro horas de autobús desde Fez, lo reconoces en la lejanía. Sin embargo, cuando te asomas por esa última curva que parece que nunca va a llegar, la primera sensación es de ligera decepción. Hay azul sí, pero algo disperso.
El autobús te deposita en la estación y comienzas a caminar. Un balcón azul por aquí, una mujer con un vestido azul (puro branding) por allá y mucho vendedor de… cuero. Llamémoslo así.
Hasta que tratando de huir del tráfico masivo de una calle, de repente te ves allí, envuelto en un completo azul: azul añil, azul añejo, azul índigo, azul con tonos de menta salvaje… Pero azul superlativo. Como si el mar se hubiera levantado solo para besar este pueblo atrapado en las montañas del Rif.
Y tras dejar las maletas en el hostel (donde hasta el cable de la lamparita de noche es también de color azul), toca preguntarse: ¿Y qué se hace aquí? Poco después te das cuenta de que en Chaouen no hay un ABC de monumentos que visitar, pero sí las suficientes callejuelas como para maravillarse cada cinco segundos: Niños que corren uno detrás de otro hasta perderse en una nube azul, mujeres que tienden sus velos de colores, hombres que venden dátiles en un mercado, tés, jabones y, por supuesto, un clásico de nuestros tiempos viajes: ¡Instagrammers!
Sí, todos, en algún momento, hemos visto esa foto posando como si nada en un pueblo azul marroquí. Y aquí las hordas de “influencers” son masivas en lugares concretos, tomándose su tiempo para esa foto perfecta sin importar cuantos pestañeos, morritos o incluso posturas de yoga necesite.
En mi caso, y a pesar de una que otra foto, prefiero seguir explorando. Hasta llegar al final de una callejuela y encontrar un mirador, una plaza de artistas, o el taller secreto de un local que te invita a tomar un té.
Para cuando termina mi día en Chaouen tomando una cerveza clandestina, uno siente que ha experimentado una cromoterapia viajera única.
También, que el gris hormigón de Madrid supondrá una doble crisis post-vacacional.