Te voy a contar lo que realmente aprendí de Colombia para cambiar esa percepción de la tierra de la sabrosura. Para que cuando pienses en ella te dejes de estereotipos, sueñes con visitarla y se te ocurran otras cosas aparte de imitar el acento. En Colombia tienes tantas cosas por conocer que no querrás ni dormir. ¿Quién dijo sueño habiendo café?

En una pequeña pizzería de Cuenca (la de Ecuador, país vecino) me encontré con un viejo colombiano. Era el dueño del negocio. Le dije mi intención de visitar Colombia y le brillaron los ojos. Conectó su portátil a la televisión y comenzó a pasar videos de su tierra en YouTube. Hay pueblitos hermosos de calles empedradas. La pizzería estaba llena, pero la televisión seguía pasando imágenes de pequeñas casitas blancas. Y detrás hay montañas verdes y pulcras y suaves como tapices de seda. Cené con él mientras me contaba cosas de su querida tierra.

Tienen algo los colombianos. Una especie de fuego cálido dentro que dan ganas de abrazarlos.  

Cuando hablo de Colombia no puedo evitar recordar aquel hombre. Sus ojos fulgurantes y el deseo ferviente de que visitara su tierra y me encontrara allí con lo mejor su país. “Hágale pues, vaya y vea”, me dijo. Todavía no he ido, y siento estar en deuda con aquel viejo.  

Las dudas existenciales en Colombia

¡Y conmigo mismo! No sabéis la de veces que me he visualizado así: vestido de pantalones blancos, bailando salsa en alguna playa próxima a Cartagena y bebiendo una botella de aguardiente. Y a mi alrededor una multitud de morenos con su dentadura reluciente en la noche como luciérnagas. Bailando con esa sabrosura que qué se yo, que dan ganas de beber un poco más a ver si se me pega algo. Despertarme de resaca solo en alguna playa caribeña del Parque de Tayrona desayunando mango, bañándome en aguas turquesas y reflexionar contemplativo sobre las dudas que embargan mi existencia. ¿Hoy voy a los carnavales de Barranquilla o mejor paseo por la impresionante Ciudad Amurallada de Cartagena?

Encontrando el equilibrio en Bogotá y Medellín

Que también me imagino en Bogotá. Recorriendo callejuelas y jugando a escaparme de la historia. Perderme entre sus 80 museos y casi 200 galerías de arte. Sentir el tibio fresco de los Andes y que estoy a más de 10.000 kilómetros de casa, pero que hay algo que es como si no me hubiera ido de ella nunca. Porque además también comería como en casa. Que si algo importante hay para un asturiano eso es la comida. Nos gusta que nos reten. Y una capital que tiene varios de los mejores restaurantes de Latinoamérica siempre es buen sitio para poner a prueba mis once metros de intestino.

Y es que Colombia es el único destino en el que fantaseo con engordar cuatro o cinco kilos. Comer una o dos o tres bandejas paisas en Medellín, la ciudad de la eterna primavera por su agradable clima, e intentar encontrar ese bendito equilibrio calórico visitando los múltiples puntos de interés de la ciudad.

Créditos: Procolombia

Quemar calorías visitando el Planetario, el museo de Antioquia o la plaza Botero, el epicentro de la cultura y el arte de la ciudad. Pero, sobre todo, perderme en la colorida Feria de las Flores de Medellín, un homenaje a las flores que se cultivan en esa parte del país. Y si todavía me hace falta quemar más, irme de rumba al parque Lleras, una de las zonas más animadas de la ciudad y donde vivir la sabrosura colombiana.

En caso de que cualquier intento fuera en vano, podría acudir de urgencia a alguno de sus 200 centros comerciales, a encontrar un pantalón acorde a mi nueva talla.

Explorar el Paisaje Cultural Cafetero

Aprovecharía entonces para comprar uno de esos pantalones verdes caqui explorador. Y unos prismáticos. Hay más de 1.000 especies de ave repartidas por todo el país. ¡Quién me vería! Perdido por el eje cafetero, subiendo maravillosas montañas e inspeccionando cada bichejo que me encuentro por el camino.

Al final del día, me comería otra bandeja paisa y de postre un mondongo, que es una sopa de carne, pero da igual… En el postre del postre —ya sí— probar en una de sus decenas de haciendas cafeteras alguna de sus variedades de café, las mejores del mundo. ¿Quién necesita dormir estando en Colombia?

Aprender a bailar en Cali

Así sin darme cuenta, tras 172 horas sin dormir y embobado en mis prismáticos, llegaría a Cali, la Capital Mundial de la Salsa. Aunque cada vez que me hablan de salsa pienso en unas patatas al cabrales, dejaría por un momento de pensar en comida —no sin antes probar los pandebonos— para centrarme en el baile, pues Cali tiene multitud de discotecas y academias para aprender a bailar este ritmo afrocaribeño. Pondría en práctica todo lo aprendido en Carpa Delirio. Me deprimiría viendo que mi baile no se parece demasiado al de los artistas que hay en el escenario, pero solo durante un rato. Poco a poco me iría convirtiendo en un figura bailando, por lo menos lo suficiente para hacer un InstaStory a altas horas de la madrugada y deslumbrar en España. Ya sabes lo que dicen, en el país de los ciegos…

Total, por unas cuantas horas más sin dormir tampoco me iba a pasar nada. Quizá alguna pequeña parada cardiorrespiratoria. Nimiedades sin importancia. Ya dormiría cuando llegara a casa, desde donde escribo esto. Anhelando cumplir mi promesa con aquel viejo colombiano y tomando café de algún lugar que jamás me quitará el sueño tanto como lo hace la sabrosura de Colombia. Aún estamos en enero, y el año es largo. Apuntada queda entre mis propósitos para el 2018.

 

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No hace muchos años descubrí que Ginebra era también una ciudad. Fue entonces cuando empecé a viajar para curar un poco mi ignorancia. Todavía sigo en ello.