'Mesa para uno, por favor'. Y, de repente, todas las miradas del restaurante se dirigen hacia ti. O eso, al menos, es lo que tú crees. Comer solo no es sencillo. Requiere valor, grandes dosis de confianza y quitarse de encima los prejuicios.Eso sí, pasado ese primer momento de incomodidad, puede terminar convirtiéndose en la mejor experiencia de nuestra vida.

Lo reconozco. Soy de los que sienten que ir a un bar, restaurante, cafetería, lo que sea, sin compañía es una locura. ‘Para no hablar con nadie me quedo en casa’. No le veo el sentido a remover la cucharita del café mirando al tendido o toquetear el móvil sin finalidad alguna para simular ocupación. Me siento incómodo, observado, deseoso de apurar mi consumición y escabullirme a la ruidosa ciudad, reconfortado por la marabunta de gente y sus conversaciones a gritos. ¡Qué tranquilidad! Dramas del primer mundo. Lo sé. Y por eso decidí enfrentarme a mis miedos. ¡A Dios pongo por testigo que voy a ir a comer solo! Lo que no esperaba era que, al final, iba a terminar cogiéndole el gustillo… ¡Maldición!

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Bloguer con solera. Profesional de la palabra. Vedette del freelancismo. Inventor de la confusión. Me gano la vida escribiendo y gestionando mi imperio. Es duro, pero merece la pena.