Escápate

Cómo acabé tapeando en Zaragoza sin querer queriendo

Moderna, con respeto a lo antiguo; sabrosa, fusionando lo contemporáneo y lo tradicional: divertida y cultural. Así me convenció la capital aragonesa de volver una y otra vez.

“Recalculando el recorrido”, escuché. Mi GPS se había vuelto loco. “Te dije que era la entrada anterior”, le reproché a mi pareja sin perder detalle de las flechas e indicaciones que aparecían en la pantalla. “Nos paramos, comemos algo y estudiamos bien la ruta”, sugirió él. Y eso fue lo último que recuerdo. Ni sé a dónde íbamos ni para qué, pero acabamos en Zaragoza. Dicen que el camino forma parte del viaje, y doy fe de ello. A veces, incluso sobre la marcha, decides cambiar el destino. Así visité la capital maña por primera vez, y así fue cómo me convenció de volver una y otra vez. En bucle, como Rosalía en mi Spotify (tra-tra).

De tapa en tapa comí por un ‘Tubo’

Llegué con hambre, aunque esa condición no sea demasiada novedad en mí. Busqué en Google ‘dónde comer en Zaragoza’ y todo Dios recomendaba ir al mismo sitio: El Tubo. Y todo Dios tenía razón. Y es que estoy segura de que el mismísimo Dios debe ir a tapear a Zaragoza. Yo quería probarlo todo: empecé en Cuatro de Agosto, catando el famoso ‘maki aragonés’ del Uasabi. De ahí a la calle de la Libertad en busca de Casa Pascualillo, a ver si se enrollaba y nos dejaba degustar su emblemático jamón asado. Seguimos. Aún sueño con las croquetas de Doña Casta, en Cuatro Esquinas. Habiendo tomado la decisión de que el lunes me apuntaría al gimnasio, no me quise marchar sin probar los huevos con miga de Bal d’Onsera. Se me hace la boca agua al recordar todos los locales que no pude probar. Literal.

Consejo: cuando visites El Tubo zaragozano, vete en ayunas. Y, si es posible, carga varios tuppers vacíos en una mochila. De nada.

Me convertí en capitana de la tropa aragonesa

Había que bajar la comida. Ya por salud. Paseé por el Puente de Piedra y la vi. ¡Qué estampa! A Instagram, sin duda. La Basílica del Pilar es impresionante, y no me podía conformar con verla de lejos. Entré. Entré y subí. A la torre. Allí presenté mis respetos, no solo a La Pilarica, sino a Zaragoza. En ese momento supe, que mi viaje empezaría y terminaría en la ciudad aragonesa.

Me senté en un banco a las orillas del Ebro y tracé una ruta rápida por el casco antiguo, que comenzaba en la Catedral del SalvadorLa Seo para los amigos-. Allí cerca, en el Foro, arranqué la maravillosa ruta Caesaraugusta: conformada por el Puerto Fluvial, las Termas Públicas y el Museo del Teatro. Sin olvidar visitar la Lonja ni el Palacio Don Lope, de la Real Maestranza de Caballería de Zaragoza. Bajo su techo, comprendí el deseo de Pilar de querer ser capitana de la tropa aragonesa. A 10 minutos en coche, sin necesidad de Tardis, realicé un viaje en el tiempo: llegué al Palacio de la Aljafería.  

Del pasado al presente. Regentado por el Palacio de Congresos, la zona de la Expo es la más moderna de Zaragoza. El Pabellón Puente, que cruza el río, es una obra alucinante diseñada por la arquitecta británica-iraquí Zaha Hadid (¡mujeres al poder!). Pero no es el único: el Pabellón de Aragón, del Tercer Milenio, de España. ¡Ah! Y te confieso que tengo un book fotográfico frente a la vertiginosa Torre del Agua. Aunque para mí, que me encantan los animales, lo mejor es el Acuario fluvial. El mayor de Europa. Un éxito entre niños, y entre adultos con espíritu Peter Pan. Yo tengo un selfie con un cocodrilo Nilo, y tú no… Chincha rabincha.

Saludé a Goya

¡Faltaría más! En la plaza del Pilar, vive él: Francisco de Goya, el ilustre pintor aragonés. Eso sí, lo noté un poco ‘bronce-ado’. Sobre un pedestal, y ataviado con los ropajes del siglo XIX y sus utensilios artísticos, Goya cuenta con su propio monumento. Su estatua es el primer peldaño de una escalera de Museos que hay que visitar para conocer su obra: en la céntrica plaza de los Sitios está el Museo de Zaragoza, que cuenta con una de las colecciones más completas de diferentes etapas de su vida; y los famosos grabados expuestos en el Museo Ibercaja Camón Aznar. Hashtag: sé cool-tureta.

Fui de compras y terminé de fiesta

No pude evitarlo. Tenía que ir de compras. Ya no por vicio capitalista, sino por tener más que fotos de mi escapada zaragozana. Galardonado por el premio MAPIC 2013 al mejor centro comercial y ocio del mundo, Puerto Venecia es el paraíso del turismo de shopping. ¡Tiene de todo! ¡Para todos! Acabé hasta con regalos para mi gato. Y si te preguntas, por qué ‘Venecia’, el lago que lo rodea te contestará. Sí, alquilé una barquita. ¿Quién se puede resistir a remar un rato?

Después de cenar -mi estómago no conoce límites, y de comprobar en mi DNI que ya estoy un poco mayor para salir por la ciudad universitaria, fui a La Zona para hacer la copa. Y bailé. De un local a otro, porque no hay que ser conformista. Bailé y bailé, que terminé con dolor de pies y me acordé de la canción de Enrique Iglesias. Aunque no eran las diez, sino un poco más tarde. Menos mal que me había comprado unos zapatos planos en Puerto Venecia y pude justificar mi afán consumista. ¡Está todo pensado!

‘Love (actually) Aragon’

En mi día a día siempre aplico una frase de la peli de ‘Love actually’, que pronuncia Liam Neeson en el rol de Daniel: “Las películas no se acaban hasta que sale la palabra fin”. Así que, ¿sabes lo más fuerte? Que no todo quedaba entre calles zaragozanas. Ya que estaba en Aragón, quise descubrir un poco más, que esto engancha (ya verás, “el que avisa no es traidor”) y mi interés gastronómico aún tenía hambre. Subí a Huesca, al Pirineo, a participar en concursos de tapas, cazoletas y ornadas, porque degustar también te hace partícipe y yo no iba a permitir derrochar ni una miga de pan. Salí de allí rodando, por lo que me vi en la ‘obligación’ de ir a ‘sentar las madres’ con un vino de Somontano. Y como todo lo que sube baja, acabé en Teruel. Y menos mal, porque allí me enamoré de Albarracín. De sus calles empinadas y estrechas -ideales para ahorrarte el gimnasio del lunes-, de sus muros rojizos de rodeno, del río Guadalaviar… Ays.

Una escapada inesperada, pero inolvidable. Acabé en Aragón sin querer, pero volveré queriendo. Y no hay fin, solo… continuará.

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mm
Asfalto, caucho, gasolina, velocidad…, adrenalina. Solo concibo la vida bajo un casco a 300 km/h. Soy periodista deportiva, ni por fama ni por dinero, sino por convertir el motor en mi forma de vida. Lo mismo doy gritos en una grada, como te cubro una rueda de prensa. Canaria de nacimiento, me mudé a Barcelona por su circuito y me quedé por su afición.