Un campamento de verano te marca para toda la vida. Te forma como persona, te hace más fuerte ante las adversidades. Y posiblemente, guardes un buen puñado de amistades que viven por todo el mundo.

Durante dos semanas, estabas casi totalmente aislado del mundo exterior. Una hora al día para llamar a tus padres. Nada de WhatsApp ni de Instagram. Hace diez años, lo máximo que le decías a tu nuevo amigui es que se pasara por tu Fotolog o Tuenti. Si venía de la capital, posiblemente fuera el culpable de inducirte a que te abrieras una cuenta de Facebook.

En la actualidad, las cosas han cambiado mucho. Pero vale la pena recordar ese primer campamento de verano donde hiciste nuevos amigos, te conociste a ti mismo, y esperabas también a tu hermano o hermana perdida. Lindsay Lohan hizo mucho daño, por partida doble, a todos aquellos que esperábamos irnos a Londres o a California.

Mi primer campamento

Sin ninguna experiencia previa, y con el bagaje de ser el príncipe de tu madre o el rey de tu abuela, la idea de marcharte de casa durante dos semanas te causaba un poco de pavor. Sin comodidades, sin menú a la carta. El campamento que te esperabas lo concebías como el Campamento Krusty. En principio, porque una vez allí, pasaste de ser un miembro de la realeza a ser un auténtico aventurero.

Tirolinas, gymkanas por el bosque que te permitían estudiar, sin darte ni cuenta, su flora y fauna. Juegos en la piscina o en el río donde además montabas tu primer show de natación sincronizada. Un auténtico paraíso sin necesidad de pasarlo mal. Tan sólo algo enturbiaba tu mente.

Con la chicharra de fondo y tus lágrimas mezcladas con el sudor, la comida era una de tus asignaturas pendientes. El “no me gusta pero no lo he probado” era un sinsentido que no conducía a ninguna parte. Lo único provechoso de aquella situación era el acercamiento que tenías con el monitor de turno, y que posiblemente, sobornaras con tu mirada del gato de Shrek.

La edad del pavo

Este periodo de tiempo, que varía según su portador, era un auténtico calvario para los padres. Si tu primer campamento coincidió con la salida de la pelusilla en tu bigote, recordarás ese campamento como el más traumático de tu vida. Los preadolescentes suelen ser muy crueles con este tipo de cosas si no han experimentado ese proceso aún. O es lo que al menos te decía el monitor mientras te consolaba con un doble postre que te daba a escondidas. La envidia es muy mala.

Si hiciste bien y te alejaste de estos grupis destructivos y eras un friki entrañable, lo que te importaba en realidad eran las excursiones, las aventuras, los acertijos. Tu anhelado pin que completaría tu pañoleta de explorador intrépido alejado de las divas que se creían las próximas estrellas de Camp Rock.

El primer amor (de muchos)

Superada con menos o más éxito esta etapa, los próximos campamentos estaban contados con pocos dedos de la mano. Sentirte totalmente libre y sin ataduras era algo precioso que no se volvería a repetir. Salvo por aquella persona por la que perdiste totalmente la cabeza, que te torturó más que a María en La Llamada.

Rozando los dieciocho, todos y todas éramos hormonas con patas y queríamos a todo el mundo como si no hubiera un mañana. Actualmente, sigues guardando como un auténtico tesoro esa agenda con todas las direcciones de tus viejos amigos. En ese momento, soñabas como María y Susana con formar tu propio grupo musical con tu mejor amigo de la otra punta de España.

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Según la edad, vivir un campamento de verano era una cosa u otra. Como le pasó a la protagonista de Titanic, ahora solo existe en tu recuerdo. A no ser que tengas la “brillante” idea de convertirte en una socialité o en carne de cañón de Telecinco y reavives el formato de Campamento de Verano. En tus manos está ser una Karmele Marchante o decir basta de forma “digna” como Lucía Etxebarría. Pero mejor olvida esto. Sobre las segundas partes ya se sabe. Ni Camp Rock 2 estuvo a la altura.

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Corista atarantado, periodista y coleccionista. Ilustrado de la caja tonta de los noventa, amante de los G5 Belts y escéptico del queso. Tráeme patatas fritas un jueves, Cuéntame hará el resto.