“Me latía el corazón, estaba agotado en mí, andaba con miedo a caerme.”

Si leemos esta frase, lo primero que pensamos es que la persona que lo ha escrito muy bien no se encuentra. Ya sea por miedo a los espacios abiertos, por depresión o estrés, o por ataques de pánico. 

Algo parecido fue lo que le ocurrió al escritor francés Marie-Henry Beyle durante un viaje a Florencia el 22 de enero de 1817. Comenzó a andar por sus calles, a admirar sus frescos y asomar la cabeza en sus puentes. Todo bien. Sin embargo, para cuando llegó a la iglesia de Santa Croce, comenzó a sentir taquicardias y por poco llega a desmayarse. Cuando acudió al médico, éste fue muy claro: “Ha enfermado de contemplar tanta belleza en tan poco tiempo”. 

Fue así como nació el síndrome de Stendhal, una enfermedad en ocasiones también conocida como “mal del viajero” y que afecta a todos aquellos turistas eclipsados por la visita masiva de monumentos u obras de gran valor en un corto período de tiempo. Algo que dista del también curioso “síndrome de París”, que suele afectar a unos japoneses decepcionados por una ciudad que llevan años idealizando. 

En cualquier caso, y sin ánimo de iniciar un debate médico, entendemos a Marie-Henry, especialmente cuando llegas a esta ciudad de La Toscana y sientes que te encuentras en un lienzo renacentista gigante del que no puedes salir…. Y en el que deseas quedarte durante 1000 años más. 

Porque Florencia es todo lo que un amante del arte y belleza puede pedirle a un destino. Basta con entrar en la Galería de los Uffizi y quedarse prendado de la Venus que te seduce a través del tiempo desde cierto famoso cuadro de Botticelli. O con querer abrazar la gran cúpula de la Cattedrale de Santa María de Fiore. Quizás caminar descalzo por los tejados rojizos de la ciudad hasta tomar una copa de Chianti en una terraza con vistas a la mítica Piazza del Duomo. Bailar con los espíritus de los Médici en el Palazzio Vecchio o pedir un cuarto de paletilla en el Ponte Vecchio y  sus carnicerías secretas.

Es lo que ocurre cuando consumes esa bella droga llamada Florencia.

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Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.