En la tierra de Revilla y Bustamante se extienden unas antiguas minas de hierro en las que hoy día moran desde ñus azules hasta hipopótamos descomunales. Algunos lo llaman el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, otros la perfecta representación ibérica de un arca de Noé que desembarcó en Cantabria mucho más tarde de lo que nos contó La Biblia.

Nuevas vacas

“Algún día todo esto será tuyo”, dijo Papá Ardilla a su hijo, encaramado sobre un encinar cántabro. “¿Y el Bosque de Rocas también?”, preguntó el pequeño. Entonces el padre inclinó la cabeza, como cuando el tuyo te dijo una vez que ya no habría más orinales por las noches. Y es que ardilla Junior se refería al valle del Pisueña, concretamente a las bastas minas de hierro del municipio de Penagos que una vez abandonaron su largo letargo para acoger a nuevos huéspedes.

Un lugar donde en 1989 se escuchó a alguien cantar aquello de “Awibamwe, awimbawe…”. Después se oyó una marabunta de trinos y rugidos que rompieron la paz de  unas vacas cántabras que echarían a correr despavoridas.

Y es que algo nos dice que el lugar del que llegó una paloma con una rama de olivo en el pico guiando a Noé no fue otro que las costas de Cantabria. El lugar donde, 2 mil años después de lo previsto, desembarcarían cebras, jirafas y animales de formas y pelajes  varios para dar vida al maravilloso Parque de la Naturaleza de Cabárceno.

PeloPicoPata 2.0

La entrada a Cabárceno es más épica que los 5 minutos iniciales de El Rey León, damos fe de ello, especialmente cuando atraviesas la entrada oeste, la guay,  y un plano te asegura que animales de todo tipo, a diferencia de la troupe de Madagascar, han encontrado el perfecto lugar en el que representar un ciclo de la vida sin colorantes ni conservantes.

Hay un niño escondido en ti, además de ese otro que te acompaña, o al menos eso sientes cuando visitas la primera zona de los elefantes elevando sus trompas, después la de los búfalos de agua meneando sus pelajes húmedos como turbinas de autolavado. También las gacelillas, los ciervos y los facoceros, que a pesar de tener nombre de virus estomacal, son como si Gandalf  se hubiese reencarnado en un jabalí. Adorables.

O acariciar a los ualabíes que no recuerdan Australia ni a sus hermanos canguros, los papiones que parecen más chungos que Rafiki o un rey de la selva pradera cántabra que se relame viendo ciervos desde las alturas de Cabárceno.

En Los Osos te sirven un caldo montañés con vistas a un ejército de bolitas de pelo, mientras una jirafa despliega su cuello pidiéndote un poco de amor y algunas zanahorias. ¡Cebritas! Tan majestuosas y despistadas, después los gorilas que se entremezclan con los linces ibéricos sin que el hecho de que les separen 8 mil kilómetros de distancia en el mundo real importe.

Y así, hasta casi 150 especies traídas de los cinco continentes que conviven en semilibertad en el norte español sin echar de menos la sabana o la selva de Guatemala que los vio nacer. Porque, como dijo una vez el protagonista de ese maravilloso libro llamado Vida de Pi, “los animales se comportan como un terrateniente, y lo harán de la misma forma dentro de su recinto que si estuviesen en su hábitat natural”. Página 40. (Sudé para volver a encontrarla).

Kenya where?

En el Parque de Cabárceno el gobierno de Cantabria se ha asegurado de que todos los animales vivan prácticamente casi en total libertad. Una amalgama de texturas y pelajes que conviven bajo su celo, instinto y viejas rencillas transoceánicas configurando un entorno único ideal para quienes, tras los contrastes que ya de por sí suponen las cuevas de Altamira o los acantilados de San Vicente de la Barquera, busquen toparse con algo similar al Capricho de Gaudí. Por lo de surrealista y fascinante.

Eso sí, no os perdáis la travesía en el teleférico que recorre de forma estratégica cada una de las áreas del Parque a 12 metros de altura ni los talleres ecológicos que a menudo se imparten. Tampoco si un asno somalí te pone ojos tiernos o los lobos marinos te invitan a danzar con ellos.

Ejemplos que confirman unas buenas intenciones a la hora de aprender a entender mejor el mundo gracias a las muchas investigaciones, colaboraciones y estudios que han convertido Cabárceno en uno de los grandes referentes biológicos de Europa (el elefante africano, principal centro de muchos de ellos, bien lo sabe). Un experimento que da como resultado la perfecta escuela de concienciación y biodiversidad para unos niños que aún no saben dónde está Costa Rica y unos viajeros que, por una vez, se atrevan a renunciar a un vuelo transoceánico para zambullirse en lo desconocido.

Fotos: Parque de Cabárceno

Porque aunque parezca increíble, la sabana de Kenya, los páramos de Australia o la fauna de Tordesillas caben en un mismo espacio. Quizás en el más insospechado.

Será el ciclo sin fin.

Que lo envuelve todo.

Nuevas vacas

“Algún día todo esto será tuyo”, dijo Papá Ardilla a su hijo, encaramado sobre un encinar cántabro. “¿Y el Bosque de Rocas también?”, preguntó el pequeño. Entonces el padre inclinó la cabeza, como cuando el tuyo te dijo una vez que ya no habría más orinales por las noches. Y es que ardilla Junior se refería al valle del Pisueña, concretamente a las bastas minas de hierro del municipio de Penagos que una vez abandonaron su largo letargo para acoger a nuevos huéspedes.

Un lugar donde en 1989 se escuchó a alguien cantar aquello de “Awibamwe, awimbawe…”. Después se oyó una marabunta de trinos y rugidos que rompieron la paz de  unas vacas cántabras que echarían a correr despavoridas.

Y es que algo nos dice que el lugar del que llegó una paloma con una rama de olivo en el pico guiando a Noé no fue otro que las costas de Cantabria. El lugar donde, 2 mil años después de lo previsto, desembarcarían cebras, jirafas y animales de formas y pelajes  varios para dar vida al maravilloso Parque de la Naturaleza de Cabárceno.

PeloPicoPata 2.0

La entrada a Cabárceno es más épica que los 5 minutos iniciales de El Rey León, damos fe de ello, especialmente cuando atraviesas la entrada oeste, la guay,  y un plano te asegura que animales de todo tipo, a diferencia de la troupe de Madagascar, han encontrado el perfecto lugar en el que representar un ciclo de la vida sin colorantes ni conservantes.

Hay un niño escondido en ti, además de ese otro que te acompaña, o al menos eso sientes cuando visitas la primera zona de los elefantes elevando sus trompas, después la de los búfalos de agua meneando sus pelajes húmedos como turbinas de autolavado. También las gacelillas, los ciervos y los facoceros, que a pesar de tener nombre de virus estomacal, son como si Gandalf  se hubiese reencarnado en un jabalí. Adorables.

O acariciar a los ualabíes que no recuerdan Australia ni a sus hermanos canguros, los papiones que parecen más chungos que Rafiki o un rey de la selva pradera cántabra que se relame viendo ciervos desde las alturas de Cabárceno.

En Los Osos te sirven un caldo montañés con vistas a un ejército de bolitas de pelo, mientras una jirafa despliega su cuello pidiéndote un poco de amor y algunas zanahorias. ¡Cebritas! Tan majestuosas y despistadas, después los gorilas que se entremezclan con los linces ibéricos sin que el hecho de que les separen 8 mil kilómetros de distancia en el mundo real importe.

Y así, hasta casi 150 especies traídas de los cinco continentes que conviven en semilibertad en el norte español sin echar de menos la sabana o la selva de Guatemala que los vio nacer. Porque, como dijo una vez el protagonista de ese maravilloso libro llamado Vida de Pi, “los animales se comportan como un terrateniente, y lo harán de la misma forma dentro de su recinto que si estuviesen en su hábitat natural”. Página 40. (Sudé para volver a encontrarla).

Kenya where?

En el Parque de Cabárceno el gobierno de Cantabria se ha asegurado de que todos los animales vivan prácticamente casi en total libertad. Una amalgama de texturas y pelajes que conviven bajo su celo, instinto y viejas rencillas transoceánicas configurando un entorno único ideal para quienes, tras los contrastes que ya de por sí suponen las cuevas de Altamira o los acantilados de San Vicente de la Barquera, busquen toparse con algo similar al Capricho de Gaudí. Por lo de surrealista y fascinante.

Eso sí, no os perdáis la travesía en el teleférico que recorre de forma estratégica cada una de las áreas del Parque a 12 metros de altura ni los talleres ecológicos que a menudo se imparten. Tampoco si un asno somalí te pone ojos tiernos o los lobos marinos te invitan a danzar con ellos.

Ejemplos que confirman unas buenas intenciones a la hora de aprender a entender mejor el mundo gracias a las muchas investigaciones, colaboraciones y estudios que han convertido Cabárceno en uno de los grandes referentes biológicos de Europa (el elefante africano, principal centro de muchos de ellos, bien lo sabe). Un experimento que da como resultado la perfecta escuela de concienciación y biodiversidad para unos niños que aún no saben dónde está Costa Rica y unos viajeros que, por una vez, se atrevan a renunciar a un vuelo transoceánico para zambullirse en lo desconocido.

Fotos: Parque de Cabárceno

Porque aunque parezca increíble, la sabana de Kenya, los páramos de Australia o la fauna de Tordesillas caben en un mismo espacio. Quizás en el más insospechado.

Será el ciclo sin fin.

Que lo envuelve todo.

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Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.