Cuando piensas en Castilla-La Mancha tu mente viaja inevitablemente al Quijote y a una región de molinos, castillos y hazañas medievales. Sin embargo, sólo hace falta pasarse unos días por allí para darse cuenta de que Castilla-La Mancha es mucho más. Para empezar, está cerca de todo y bien conectada. Es una región tranquila, rural, alejada del bullicio de las grandes ciudades, un lugar donde puedes sentir y saborear la tranquilidad y las costumbres apacibles y sosegadas (lo que los cursis llaman slow life). Y donde la sostenibilidad no es una palabra de moda sino una forma de entender la vida. 

Si hay algo que es Castilla-La Mancha es auténtica. Ha sido capaz de preservar sus valores tradicionales y costumbres como pocos lugares en nuestro país, y su identidad genuina y su cultura no se vende a modas, a globalización ni a Amazon. Aquí no hace falta reivindicar el consumo de proximidad porque lo han inventado ellos, ni los hábitos de vida saludables porque más saludable que un manchego no se puede ser.

Si yo fuera rico, sería Castilla – La Mancha

Lagunas de Ruidera
Lagunas de Ruidera

Castilla-La Mancha reúne en su interior todo lo que se necesita. Lugares como Albacete y sus Parques Naturales de las Lagunas de Ruidera y la Sierra del Segura, donde hacer senderismo y actividades de montaña; Ciudad Real, provincia de pueblos monumentales como Almagro o los Molinos del Campo de Criptana, Toledo, con lugares fácilmente reconocibles como los molinos de Consegra o rincones aún por descubrir como Santa María de Melque, Guadalajara, provincia de pueblos espectaculares como Pastrana o Hita y espacios de naturaleza salvaje como la Sierra Norte y el Alto Tajo, y por último Cuenca con lugares tan atractivos y pintorescos como Alarcón y Belmonte. Todo en Castilla-La Mancha es riqueza. Negrita, subrayado y cursiva. 

¿Y por qué lo digo tan claro? Porque una parte de esa riqueza que os digo ha sido reconocida mundialmente. Patrimonio de la Humanidad, las ciudades de Toledo y Cuenca, son destino obligado de cualquier viajero que presuma de serlo,  acumulan en su interior infinita belleza y la especial peculiaridad de los lugares históricos. 

Toledo

Con sólo decir Toledo, la gente ya se pone en pie a aplaudir. Es, sin discusión alguna, una de las ciudades más bellas del mundo. Un portento monumental, con su majestuoso casco histórico y una riqueza artística incomensurable (el Alcázar, el Museo Catedralicio, la Iglesia de San Tomé… ) que encierra más de 2.000 años de historia. 

Y Cuenca, José Luis Perales aparte, con su orografía espectacular, sus casas colgadas (que no colgantes), exuberantemente asomadas al Júcar y al Huécar, invita a recorrerla sin descanso, despacito, como quien degusta un plato exquisito y poco común, para acabar llevándola colgando en el corazón.

Cuenca

Y si tenemos que presumir de Patrimonio de la Humanidad, no podemos parar aquí. También lo son el Parque Minero de Almadén, unas de las minas más antiguas del mundo, revelando al visitante más avezado sus secretos, sus misterios y sus historias que resuenan en su interior desde la época de los romanos; y las pinturas rupestres del Arco Mediterráneo, que recorren orgullosas las provincias de Cuenca, Albacete y Guadalajara.

Y uno piensa que no puede haber más en esta región de España. Pero es una fuente inagotable de riqueza y de sorpresas: Patrimonio de la Humanidad también son las cerámicas de Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo -una tradición asentada desde hace seis siglos y que mantiene activos todavía hoy más de 40 talleres en las dos localidades toledanas-; y las tamborradas de Tobarra, Hellín y Agramón, creando un ensordecedor ambiente festivo, fascinante y muy, muy emocionante. Cuando Sigüenza sea nombrada Patrimonio de la Humanidad, que lo será, volveremos a por ella.

El Quijote es una guía turística. Y gastronómica.

Consuegra
Consuegra

Y claro, aunque Castilla la Mancha sea más que el Quijote, también ES el Quijote. Y como allí son muy de presumir porque se puede, y muy generosos, también hay que decirlo, crearon la Ruta del Quijote. Los fastuosos blancos molinos (o gigantes), el horizonte sin final,  las ventas y pueblos de cal, transportan al viajero- lector a las aventuras y desventuras del amigo Quijano. A mí me hizo ilusión especialmente llegar al Toboso, tierra de Dulcinea, la doncella – musa a la que servía El Caballero de la Triste Figura. Os prometo que cuando recorres la Ruta del Quijote con la novela en la mano, hay momentos en que te parece ver la silueta de Don Quijote y el entrañable Sancho Panza recortarse sobre el atardecer de fuego de las llanuras manchegas. 

El Doncel
El Doncel

Tras el paseo, y a fin de rendir homenaje debidamente a esta incomparable aventura, nada mejor que detenerse en cualquiera de las provincias castellanomanchegas y el maridaje perfecto entre lo tradicional y lo nuevo, la cocina casera con ese toque de modernidad e innovación que se nota en cualquier porción de queso manchego, en cualquier aceite de oliva de la región y en su vinos, que tan bien han plasmado algunos en los restaurantes de la zona, tanto los estrellados por Guía Michelín: Maralba en Almansa (Albacete), Retama en Torrenueva (Ciudad Real), Trivio en Cuenca, El Bohío en Illescas (Toledo), Iván Cerdeño en Toledo, El Doncel en Sigüenza (Guadalajara) y El Molino de Alcuneza, también en Sigüenza, como cualquiera de los restaurantes repartidos por toda la geografía de la región. 

En fin, que Castilla-La Mancha es un lugar para alejarse de todo, estando muy cerca. Porque si algo me ha dejado claro esta pandemia es que quiero estar cerca de lo que realmente importa. Igual era ese el secreto de la felicidad, y nos hemos pasado años buscando muy lejos lo que teníamos muy cerca… quizás éramos como aquél que veía gigantes en lugar de molinos.

mm
Siempre creo que me he dejado la llave del gas abierta.