Hay un lugar al sur de Francia al que nunca me canso de volver. Cuna y meca de chefs y sibaritas, de arquitectos y artistas, Lyon es arte y gastronomía en estado puro. Como diría el sabio de Antoine (de Saint-Exupéry), “cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer.” Y no soy yo quien para desobedecer al padre del Principito, menos cuando puedo plantarme ahí en tren en menos de 5 horas.

Lyon es de esas ciudades con el corazón partío, en la que conviven la austeridad y la grandeza, la humildad y la opulencia, en un perfecto equilibrio de fuerzas que se articula, social y arquitectónicamente entre las dos colinas, la que trabaja y la que reza. En la Croix Rousse se conservan aún todos los telares de confección de seda de la ciudad, unos edificios emblemáticos en los que todavía se pueden ver los primeros telares manuales, de cuando Lyon fuera capital mundial de la seda. Mi madre siempre decía: el algodón, egipcio, la lana, del Himalaya y la seda, de Lyon. París tenía la moda y Lyon la seda (y la comida, pero eso viene después). 

Al Oeste, la Basílica Notre Damme De Fourvière (que a pesar del nombre se parece más al Sacré Coeur que a la Notre Damme de París), preside con grandeur la colina de Fourvière, como un símbolo del triunfo de los valores católicos. A su lado, la torre de telecomunicaciones (que es como la hermana pequeña de la Torre Eiffel) completa el skyline desde el que se disfruta de las mejores vistas de Lyon.

 

Vieux Lyon

Vieux Lyon
@Poh Wei Chuen on Unsplash

Las vistas son un espectáculo, pero una ciudad no se conoce del todo hasta que te la pateas. A pie de calle está la acción, la gente y la verdad. Entre la colina de Fourvière y el Saona está el Vieux Lyon, donde pasaría ociosamente todos los días y “Les Nuits de Fourvière” en los teatros antiguos, los restaurantes, las galerías de arte y las librerías. Las calles aquí son como museos urbanos donde perderse entre reliquias medievales, góticas y renacentistas, de esa época mágica en que las ciudades se iban haciendo y reconstruyendo despacio, respetando la belleza y la personalidad de cada rincón. El casco antiguo está dividido en tres partes: Saint-Georges, Saint-Jean y Saint-Paul. Aquí, en mi última expedición, perdí literalmente la noción del tiempo paseando entre callejuelas, bares y tabernas (y aperitivos). Y es que no hay mayor aventura que perderse entre “traboules”, esos pasadizos secretos por los que pasaron miles de franceses a lo largo de la historia para escapar de los nazis y más tarde de la policía. Gracias a estos pasos escondidos puedes recorrer la ciudad entera a través de los patios interiores de los edificios, que es como se conocen las ciudades de verdad. El Mur des Canuts, en pleno corazón del barrio de Croix Rousse, es el mural más grande y espectacular de toda Europa (mil doscientos metros cuadrados) y representa la vida e historia del barrio y esa época de revolución obrera del S.XIX. 

 

La Modernité

La Confluence
La Confluence

Ya os he dicho que Lyon es una ciudad de contrastes, y el romanticismo del “savoir faire” más clásico acaba donde empieza La Confluence, entre los ríos Saona y Ródano, al otro lado de las vías del tren, donde antes solo había naves industriales alejadas de la vida social. Allí nace, vive y vibra La Confluence, icono futurista de la ciudad, que se revela como una llamada a la modernidad en un nuevo circuito de arquitectura industrial, con más galerías de arte, exposiciones, instalaciones y museos por metro cuadrado que Nueva York, las tiendas más alternativas y un centro comercial donde además de shopping pararás a tomar café, aperitivo, comida o cena y digerir tanta belleza. Si Stendhal hubiera llegado aquí antes que a Florencia, los lioneses se hubieran visto las caras con los italianos.

Lyon gourmand

Ya os he contado muchas cosas que me fascinan de Lyon, pero, seamos sinceros, estamos ante la capital mundial de la gastronomía, no he venido aquí solo a pasear. La ciudad ostenta este título desde 1935, y está claro que a los lioneses en la cocina no les chista ni mi madre. Seguramente porque su gastronomía se debe en gran medida a las madres. Las cocineras al servicio de las familias burguesas se instalaron por su cuenta durante el siglo XIX y enseñaron a toda una generación de cocineros una cocina sencilla pero delicada, como la gallina en vejiga o los cardos a la médula. El mismo Paul Bocuse, “cocinero del siglo”, “papa de la cocina” y el mejor embajador de Lyon en el mundo, empezó en la cocina de La Madre Brazier.

Una de las cosas que más me gustan de Lyon es que encuentras restaurantes en cada esquina. Hay más de 4000 y de todo tipo: desde el “bouchon” a los de mayor categoría, pasando por la cocina del mundo o la comida rápida (que no basura). Como dijo el gran Curnonsky, el secreto de la cocina lionesa, es “dejar a las cosas el sabor que tienen”. Y doy fe que no hay mejor receta cuando tienes esas cosas deliciosas que tienen ellos: la vaca de Charollais, el ave de Bresse, los quesos de Auvergne, el pescado de lagos alpinos, las frutas de las laderas del lionés y de la Drôme, caza de la Dombes…  y los grandes viñedos de Bourgogne, Côtes Rôties y Condrieu, Côtes du Rhône… . Aún así, la cocina lionesa es creativa y abierta, y en cualquier parte encuentras fusión con la cocina japonesa, coreana o peruana, pero siempre con productos locales. Por eso en Lyon puedes encontrar un Big Fernand o King Marcel magnificando una simple hamburguesa y un sinfín de Foodtrucks Gourmets con productos regionales, de temporada y de calidad.

 

De los creadores de la Beatlemanía y el brunch, llega la Bistronomía

Como buena ciudad abierta y cosmopolita, la moda de los brunchs y las ganas de mezclar también ha llegado a Lyon. Te recomiendo Cour des Loges, Mama Shelter o en verano la terraza del Café de los museos Gadagne. La Bistronomía (mitad bistro, mitad gastronomía) une la alta cocina con la atmósfera acogedora de un bar: éxito asegurado. No sé qué tienen los bares pero a mí me atraen de forma irresistible, como la luz a las polillas. Es ver un bar y ya puede ser mediodía, mañana, tarde o noche que siempre me parece buen momento para tomar algo. Los lioneses, que de comer y tomar cosas saben latín (y francés) han descubierto en esta fórmula un más valioso que la poción mágica de Panoramix, ofreciendo comidas exquisitas sin la ceremonia de los restaurantes de categoría y a precios muy asequibles. Os dejo aquí algunos de mis favoritos.

Como veis, cada viaje a Lyon es una sorpresa y un regalo para los sentidos. Y como ya he dicho que no seré yo quien le lleve la contraria a Antoine, hace años que dejé de resistirme.

Anda, guárdame otro billete que me está entrando un hambre de locos.

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Siempre creo que me he dejado la llave del gas abierta.