Madeira son dos

Y ambas te quieren entre sus secretos.

A lo largo de la historia han existido muchos malentendidos, y uno de ellos es pensar que Madeira es una única isla. Pero nada que ver. De hecho, el paraíso insular donde Cristóbal Colón vivió durante una época, se divide en dos escapadas obligadas: por un lado, la volcánica Madeira, y por otro, la isla dorada Porto Santo. Como hacer arroz para dos, como Woody y Buzz Lightyear, como viajar en busca del calorcito este otoño e invierno, sí o sí.

Funchal

Funchal te abraza para decirte que aquí el invierno se vive de otra forma. La encantadora capital de Madeira ostenta un casco antiguo para los sentidos, a veces apoya los codos frente a la bahía y sueña, tiene saudade. Te hace alzar la vista sobre su fortaleza y hacia su catedral, mientras de fondo suenan los ecos de piratas y viejos motines. O puedes volver al presente y dejarte caer por el Museo de Cristiano Ronaldo, oriundo de esta isla mágica. 

Tomarás un teleférico, Monte aguarda y te propone descender en una cesta de mimbre tirada por carreiros, sí, sí. Y entregarse a ese encanto de postal que envuelve  Monte Palace Hotel, con sus plantas traidas de todos los rincones del mundo y el encanto del siglo XVIII que hoy resulta atemporal. Caminar por las levadas de Madeira a través de bosques de laurisilva, asomarte a Cabo Girão, abrazar paisajes como los del Valle de las Monjas, los cuales liberan de tu interior alguna extraña ave tropical.

Edén al horizonte

Miras al horizonte, el sol te ilumina, o quizás sea la arena de Porto Santo. Un edén a 43 km de la isla principal donde se despliega un conjunto de cumbres puntiagudas, dunas y playas azules que susurran entre la hospitalidad de sus habitantes y los mensajes que los vientos atlánticos tienen que contarte. 

Puede que corras  hacia el Pico de Castelo o el Pico Ana Ferreira, y también avistes América desde las alturas. O maravillarte con el encanto vertical del Pico do Facho, el más alto de la isla de Porto Santo con 517 m. Columnas históricas talladas por la propia naturaleza, la exuberancia de la finca Quinta dos Palmeiras y allí, al fondo, el azul que siempre te espera.

Seguir diciéndole al resto del mundo, cuando vuelvas, que Madeira solo era una isla.

 Porto Santo es un juego de luz y color donde el entorno revela nuevas formas y texturas, laberintos que se expanden frente a un Atlántico a avistar desde el Miradouro de Flores, a través de las calles de Vila Baleira, con sus casas encaladas y jardines de palmeras; o bien recorriendo la playa de Porto Santo. Un arenal de 9 km donde encontrarás playas de ensueño como Calheta o Cabeço de Ponta, ideales para aguardar al atardecer, sentirte la primera persona en llegar. 

 

Seguir diciéndole al resto del mundo, cuando vuelvas, que Madeira solo era una isla.

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