Las relaciones son como el universo: imperfectas, un poco caóticas, con momentos de un esplendor inmenso y algún que otro agujero negro que se supera con paciencia y humor. Y un viaje romántico forma parte de los momentos de esplendor, pero no nos engañemos, no son todo “paz y amor, y el plus pal salón”. Los viajes en pareja son a las relaciones lo que el zumo concentrado a la fruta natural. Tiene los ingredientes fundamentales, pero en el fondo sabes que no es más que el reflejo de una naranja. O en este caso, tu reflejo y el de tu media naranja...

No me quiero erigir aquí (en estas líneas) en un Doctor Amor de tres al cuarto. Pero…  ¿sabéis quién es el peor enemigo de una relación? ¡La rutina! Nada mata más rápido una relación que el día a día y los horarios. (Bueno, eso y la falta de falta de atracción física. Pero para el consultorio sexual no abrimos hasta las 23h…). El amor exige dedicación y constancia, pero con eso no basta. Hay que variar el rumbo para mantenerlo vivo. Hay que bailar una bachata, saltar a la pata coja, cantar una ópera-rock y contar muchos chistes, aunque sean malos (como en mi caso). Y si se te acaban los chistes, lo mejor para salir de la rutina es un viaje.

El destino

Sí, sí, ya lo sé. El destino os ha unido en esta maravillosa aventura que es la vida. Pero a la hora de elegir destino turístico, la cosa cambia. Si acabáis de empezar vuestra relación, no vayáis muy lejos. El primer viaje es un poco como empezar a vivir juntos y pueden saltar chispas cuando menos te lo esperas y en situaciones de lo más costumbristas. Así que no arriegues. Pasito a pasito, ahora a Santander y mañana a Japón. Y no al revés.

Una publicación compartida de Pao Pajares (@srta.pajares) el

El equipaje

Antes de emprender un viaje juntos, es fundamental que estéis “de buenas”. Libres de rencores. Si no es así, llevaréis equipaje de más en la maleta y eso os penalizará. El turismo es cansado, y cuando estás cansado bajan las defensas y, de pronto, sale a relucir aquello que te molestó hace dos semanas y ya está el lío montado. Todas las parejas discuten de vez en cuando, pero aquí no hay escapatoria. Vais a pasar veinticuatro horas al día juntos. No va a existir ese momento de alejarse, darle una pensada en frío al asunto y volver buscando un abrazo conciliador, por lo que las cosas se pueden poner muy feas del modo más tonto.  Así que, nada de traer reproches en la maleta, ya que tu romántico viaje podría convertirse en una pesadilla.

 

Selfies, selfies, selfies

Cuando viajas en pareja, echas de menos a un reportero gráfico que puedas activar y desactivar con un simple On/Off y que sea capaz de retratar vuestro amor con la típica foto de pareja enamorada delante de la Torre Eiffel. A veces, no está de más hablar con desconocidos y pedirles que os hagan una foto a los dos juntos. Y es que si te despistas, acabarás teniendo un álbum en el que parece que habéis hecho el viaje por separado. Porque tú le haces fotos a tu pareja, y ella te las hace a ti, y así hasta el infinito.


Hasta que apareció el fenómeno de los selfies. Ahora todo son selfies. Pero os voy a contar un pequeño secreto: en los selfies sólo salen bien las Kardashian. El resto parecemos un buey con paperas en primer plano. Así que no te cortes, que tampoco es tan dificil. Práctica conmigo: “Disculpe, ¿le importaría hacernos una foto?”. Después descubrirás con horror que el cincuenta por ciento de la foto que os ha hecho el desconocido es del suelo y a ti te ha cortado un brazo. Pero es lo que tiene confiar en un extraño.

El arte de no tener razón

Si estáis juntos es porque sois diferentes, y os complementáis a las mil maravillas. Pero en este caso, hay un tema que es caldo de cultivo para la discordia: la orientación. Uno se orienta muy bien, y el otro no se orienta en absoluto. Uno dice que por aquí, y el otro que por allá. Ya seas uno o el otro, no te obceques con tener razón. A veces, es mejor no tener razón y tener paz, que tener razón y provocar una situación incómoda. Relax, que todos los caminos llevan a Roma.

Si la cosa funciona…

¡Ay amigos! Si la cosa funciona, la vida es maravillosa. Da la impresión de que han puesto ahí el mundo sólo para vosotros dos. Cuando huyes de amigos y familia, trabajo y responsabilidades, te sientes libre de ser lo que quieras ser, y en esos momentos lo que te pide el cuerpo es ser romántico y darle a tu pareja todo el amor que se merece. Los momentos cursis se suceden, pero tú ni te das cuenta de lo que es cursi y lo que no, porque estás enamorado (otra vez) y sientes ese extraño cosquilleo que recorre tu espina dorsal que sólo puede significar una cosa: eres feliz.

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Arrumacos espontáneos. Os cogéis de la mano por inercia. Besos sobre un puente. Eso sí, todo esto después de una pequeña discusión. Porque las relaciones no son perfectas, el cielo no siempre es azul y el zumo tiene pulpa. Pero qué más da eso, lo importante es poder compartirlo todo (lo bueno y lo no tan bueno) con tu pareja.

¡Viva el amor! ¡Y viajar! ¡Y las naranjas!

No me quiero erigir aquí (en estas líneas) en un Doctor Amor de tres al cuarto. Pero…  ¿sabéis quién es el peor enemigo de una relación? ¡La rutina! Nada mata más rápido una relación que el día a día y los horarios. (Bueno, eso y la falta de falta de atracción física. Pero para el consultorio sexual no abrimos hasta las 23h…). El amor exige dedicación y constancia, pero con eso no basta. Hay que variar el rumbo para mantenerlo vivo. Hay que bailar una bachata, saltar a la pata coja, cantar una ópera-rock y contar muchos chistes, aunque sean malos (como en mi caso). Y si se te acaban los chistes, lo mejor para salir de la rutina es un viaje.

El destino

Sí, sí, ya lo sé. El destino os ha unido en esta maravillosa aventura que es la vida. Pero a la hora de elegir destino turístico, la cosa cambia. Si acabáis de empezar vuestra relación, no vayáis muy lejos. El primer viaje es un poco como empezar a vivir juntos y pueden saltar chispas cuando menos te lo esperas y en situaciones de lo más costumbristas. Así que no arriegues. Pasito a pasito, ahora a Santander y mañana a Japón. Y no al revés.

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El equipaje

Antes de emprender un viaje juntos, es fundamental que estéis “de buenas”. Libres de rencores. Si no es así, llevaréis equipaje de más en la maleta y eso os penalizará. El turismo es cansado, y cuando estás cansado bajan las defensas y, de pronto, sale a relucir aquello que te molestó hace dos semanas y ya está el lío montado. Todas las parejas discuten de vez en cuando, pero aquí no hay escapatoria. Vais a pasar veinticuatro horas al día juntos. No va a existir ese momento de alejarse, darle una pensada en frío al asunto y volver buscando un abrazo conciliador, por lo que las cosas se pueden poner muy feas del modo más tonto.  Así que, nada de traer reproches en la maleta, ya que tu romántico viaje podría convertirse en una pesadilla.

 

Selfies, selfies, selfies

Cuando viajas en pareja, echas de menos a un reportero gráfico que puedas activar y desactivar con un simple On/Off y que sea capaz de retratar vuestro amor con la típica foto de pareja enamorada delante de la Torre Eiffel. A veces, no está de más hablar con desconocidos y pedirles que os hagan una foto a los dos juntos. Y es que si te despistas, acabarás teniendo un álbum en el que parece que habéis hecho el viaje por separado. Porque tú le haces fotos a tu pareja, y ella te las hace a ti, y así hasta el infinito.


Hasta que apareció el fenómeno de los selfies. Ahora todo son selfies. Pero os voy a contar un pequeño secreto: en los selfies sólo salen bien las Kardashian. El resto parecemos un buey con paperas en primer plano. Así que no te cortes, que tampoco es tan dificil. Práctica conmigo: “Disculpe, ¿le importaría hacernos una foto?”. Después descubrirás con horror que el cincuenta por ciento de la foto que os ha hecho el desconocido es del suelo y a ti te ha cortado un brazo. Pero es lo que tiene confiar en un extraño.

El arte de no tener razón

Si estáis juntos es porque sois diferentes, y os complementáis a las mil maravillas. Pero en este caso, hay un tema que es caldo de cultivo para la discordia: la orientación. Uno se orienta muy bien, y el otro no se orienta en absoluto. Uno dice que por aquí, y el otro que por allá. Ya seas uno o el otro, no te obceques con tener razón. A veces, es mejor no tener razón y tener paz, que tener razón y provocar una situación incómoda. Relax, que todos los caminos llevan a Roma.

Si la cosa funciona…

¡Ay amigos! Si la cosa funciona, la vida es maravillosa. Da la impresión de que han puesto ahí el mundo sólo para vosotros dos. Cuando huyes de amigos y familia, trabajo y responsabilidades, te sientes libre de ser lo que quieras ser, y en esos momentos lo que te pide el cuerpo es ser romántico y darle a tu pareja todo el amor que se merece. Los momentos cursis se suceden, pero tú ni te das cuenta de lo que es cursi y lo que no, porque estás enamorado (otra vez) y sientes ese extraño cosquilleo que recorre tu espina dorsal que sólo puede significar una cosa: eres feliz.

Una publicación compartida de Kim (@kimistraveling) el

Arrumacos espontáneos. Os cogéis de la mano por inercia. Besos sobre un puente. Eso sí, todo esto después de una pequeña discusión. Porque las relaciones no son perfectas, el cielo no siempre es azul y el zumo tiene pulpa. Pero qué más da eso, lo importante es poder compartirlo todo (lo bueno y lo no tan bueno) con tu pareja.

¡Viva el amor! ¡Y viajar! ¡Y las naranjas!

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mm
Lo que más me gusta del siglo XXI es que todavía seguimos usando un palo metálico que pone El Siguiente para distinguir nuestra compra de la de los demás en el supermercado.