Dormir en una jaima, hacer croqueta sobre la arena dorada y ver más estrellas que Neil Armstrong son solo algunas de las increíbles experiencias que viví en un fin de semana especial rumbo al desierto en el interior de Marruecos.

Tengo la suerte de cumplir años antes de un festivo. Y, como todos sabemos, cumplir años es un evento importante en la vida de una persona. No voy a hacerme la hippie zen y hablar de las vueltas al sol, revoluciones astrológicas ni planetas en determinadas posiciones. No, no. Pero representa un momento de cambio y eso siempre merece un buen festejo.

Nunca lo había pasado viajando y pensé que por una vez en la vida no amanecer casi inconsciente en la barra de un bar rodeada de amigos no sería mala idea. Estaba dispuesta a hacer que esa noche fuera única. Literalmente. ¿Y dónde hay noches más únicas que en el mismísimo desierto? ¡Pues a por ella, a contar estrellas fugaces y a tener deseos por decenas!

El desierto más cercano para los que no somos genios ni vivimos dentro de una lámpara es el desierto de Merzouga, un erg* subsahariano cerca de Algeria, al sureste de Marruecos. Se llega hasta allí después de casi 2 horas subido a un dromedario y 3 días dentro de una 4×4. Recomiendo hacerlo en más de 3 días o preparar un almohadón bien mullido para hacer frente a las 72 horas de culo adherido al asiento, pero que aseguro valen cada mínimo segundo de esa travesía y/o cada adormecimiento culeano (¿?) que tengáis.

Con mi ex (y no a causa del viaje) contratamos un “tour” desde Barcelona, y de tour lo único que teníamos era un nombre que sonaba más a protagonista de las “Mil y una Noches” que a guía y un teléfono marroquí. Nos lo había recomendado la amiga de la prima del hermano de la compi de piso de alguien que conocía a alguno. En fin, estábamos dispuestos a la aventura pero un poco incrédulos con nuestro viaje. Pero eso fue algo que descubriríamos gratamente durante todo el finde por Marruecos: creer que nos timarían por lo confuso de la situación y salir más felices que un contingente de perdices, con todo a nuestro favor.

Si se desea ir por tour, genial. Pero si lo que queréis ir es libres como pajarillos, recomiendo firmemente hacerse de un guía autorizado allí mismo. No solo porque la policía marroquí es muy estricta con el turista (a veces se les va la lengua pícara y piden cosas que no deben, como pesetas actuales) sino porque nada mejor que un local para conducir por la carretera que en ciertos tramos se pone muy sinuosa.

Marrakech. Más que ciudad roja, on fire.

Marrakech

La mejor forma de empezar el viaje es saliendo desde Marrakech, una ciudad que se merece al menos un día (y te quedarás corto) para recorrer. Pero preparaos, es caótica por donde se la mire. Su plaza principal, Jemaa el Fna concentra lo más relevante de la cultura marroquí en pocos metros. Está siempre llena de gente, músicos, puestos de comida, vendedores ambulantes, encantadores de serpientes -no sacarles fotos si no pensáis dejarles unos cuantos dírham a cambio. O llevar suero antiofídico-, tatuadoras de henna, caballos de paseo y algún que otro mono. Una vez allí, se puede tomar algo en el Café de France que tiene unas vistas increíbles de toda la plaza (el café no es de lo mejor que encontraréis, es verdad, pero las fotos que saquéis desde allí serán top de corazones en Instagram).

Alrededor de la plaza comienza el famoso zoco, visitarlo será una buena forma de precalentar en el sofisticado arte de negociar como un auténtico bereber. Yo me hice especialista después de autoregalarme varias cosas y puedo asegurar que la clave es “retroceder nunca, rendirse jamás”. Mi táctica era simple: si me ofrecían 200 dirham le contestaba con un 150, al 180 que contraatacaba, le tiraba un 130. Es parte de su cultura y ellos también disfrutan de ese toma y daca insalubre. Si los ven muy compenetrados en su papel, amagar con irse del local, ahí bajarán algo más. Eso sí, siempre sonriendo y sabiendo que hay un límite, que ellos además de “jugar” están trabajando.

Cerca podéis admirar por fuera la Mezquita Koutoubia (está prohibido acceder, pero el amanecer de fondo le sienta de maravilla), recorrer los jardines Majorelle o las Tumbas Saadíes (aunque cuando fuimos estaba en construcción y eran más un cementerio de escombros que de dinastías ancestrales).

Pero mi cumpleaños pedía a gritos desierto, y a eso fuimos.

Atlas, el gusto es mío.

Atlas

Si no tienen un guía Mustafa que musicalice el momento para ir poniéndose a tono con el lugar, recomiendo fuertemente a estos músicos que, además de ser los únicos que supe anotar correctamente, fueron los que más escuché durante el viaje: Malika Zarra, Hassan Hakmoun, Mehdi Nassouli.

Un imperdible yendo de camino al desierto es el Kasbah Ait Ben Haddou, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO. Una antigua ciudad amurallada que servía de parada para las caravanas de camellos que vivían del trueque de sal por oro a través del Sahara. Tiene la particularidad de tener callejuelas que se llenan de turistas durante el día pero que se vacían durante la noche, viviendo allí solo 2 familias. Sí, 2. En esa fortaleza.

No habrá lugar donde no quieran venderte pañuelos, artesanías y/o algunas antigüedades, pero no compréis allí, es más caro y demasiado turístico. Mustafa, nuestro bereber favorito, nos sugirió comprar más entrados en el desierto de Erg Chebbi. Así, además de salirnos más a cuenta, haríamos una compra responsable ayudando a auténticos nómadas.

Todo muy bonito, pero ¿las dunas dónde están?

Atlas

Después de comer un buen tajín y quemarse los dedos sosteniendo un vaso de té verde (por lo menos así fue como empecé brindando mi nuevo año), se vislumbra Ouarzazate. Es considerada “la puerta” de entrada al desierto del Sahara, aunque también la puerta de entrada de todo el jet set hollywoodense, ya que allí están los estudios de filmación de películas como El Gladiador, La Momia, el Príncipe de Persia y Lawrence de Arabia, entre otras que no vi. Nosotros seguimos de largo, preferimos quedarnos un poco más de tiempo en las Gargantas del Dades, donde pasamos la noche. ¿Se acuerdan cuando comenté lo de carreteras sinuosas? Esta es la más, más, del mundo mundial. Tajín, cuscús y kefta no sois bienvenidos antes de recorrerlas.

Deseo cumplido: dunas de regalo.

Desierto

Pañuelo Tuareg en la cabeza, check. Cámara en mano, check. Sonrisa imborrable, check.
Sí, ¡llegamos al desierto! Lo mejor para hacerse amigo del camello durante esas 2 horas es no moverse demasiado y, créanme, no apretar sin intención sobre las correas que llevan a los costados. La furia dromedaria puede ser peor que la de Donald Trump.

La arena es de un color dorado que emociona, el atardecer cae tranquilo y de lejos, muuuuy de lejos, se escucha absolutamente n a d a. De cerca, solo el chancletear de Alibaba (el dueño de los camellos, nuestro segundo guía local del viaje). Nada podía ser mejor. Esto es mucho más memorable que tener a Marilyn saliendo de un pastel cantando.

Según el viaje que organicen pueden caer en una jaima turística y popular, repleta de guiris y fogones con canciones que van desde la clásica música del Magreb tocada con tambores hasta Justin Bieber (sí, lo escuchamos de lejos, mal que nos pese). Mi consejo: escapar de los lujos innecesarios. Lo más impresionante de pasar una noche en el desierto es, sin dudarlo, la quietud y el silencio que allí se vive (solo cortado de vez en cuando por turistas con todoterreno). Claro, además de ver caer estrellas fugaces por decenas y descubrir más constelaciones que pecas en la cara de un pelirrojo. También hay quién se lleva la tienda de campaña y acampa allí, sin más. ­­No sé si me animaría a tanto teniendo en cuenta las tormentas de arena que sorprenden con frecuencia según la época, pero para gustos los colores.

Llevar linterna (salvo que haya luna llena), abrigo y animarse a dar una vuelta por el desierto. Eso sí, sabiendo hacia qué lugar volver. Nosotros, por ejemplo, subimos a la Gran Duna (juro que aunque no lo parezca, esto es una referencia. Hay muchas dunas pequeñas y una que se vislumbra desde todo el camino). Desde allí arriba se pueden ver los distintos fogones de los campamentos y, si es buena noche, hasta las luces de Algeria. Al bajar, nos esperaba Alibaba con la cena lista. Sin pastel, pero con la mejor Harira (sopa típica de allí) que le ganó a cualquier regalo recibido.

Este fue, por lejos, el mejor cumpleaños que pasé. Cumplir años en otro país, en otra cultura, en otro cielo y rodeado de muchas palabras impronunciables es algo que todos tenemos que vivir alguna vez. Y como conclusión: sepan que Disney a veces engaña, para pasar una noche mágica en el desierto no se necesita ninguna alfombra. In your face, Aladdin.

*bienvenido, yo tampoco tenía la menor idea qué significaba erg. El desierto se divide en arenoso y pedregoso. El erg es la parte arenosa, en fin, la más bonita y marketinera.

Tengo la suerte de cumplir años antes de un festivo. Y, como todos sabemos, cumplir años es un evento importante en la vida de una persona. No voy a hacerme la hippie zen y hablar de las vueltas al sol, revoluciones astrológicas ni planetas en determinadas posiciones. No, no. Pero representa un momento de cambio y eso siempre merece un buen festejo.

Nunca lo había pasado viajando y pensé que por una vez en la vida no amanecer casi inconsciente en la barra de un bar rodeada de amigos no sería mala idea. Estaba dispuesta a hacer que esa noche fuera única. Literalmente. ¿Y dónde hay noches más únicas que en el mismísimo desierto? ¡Pues a por ella, a contar estrellas fugaces y a tener deseos por decenas!

El desierto más cercano para los que no somos genios ni vivimos dentro de una lámpara es el desierto de Merzouga, un erg* subsahariano cerca de Algeria, al sureste de Marruecos. Se llega hasta allí después de casi 2 horas subido a un dromedario y 3 días dentro de una 4×4. Recomiendo hacerlo en más de 3 días o preparar un almohadón bien mullido para hacer frente a las 72 horas de culo adherido al asiento, pero que aseguro valen cada mínimo segundo de esa travesía y/o cada adormecimiento culeano (¿?) que tengáis.

Con mi ex (y no a causa del viaje) contratamos un “tour” desde Barcelona, y de tour lo único que teníamos era un nombre que sonaba más a protagonista de las “Mil y una Noches” que a guía y un teléfono marroquí. Nos lo había recomendado la amiga de la prima del hermano de la compi de piso de alguien que conocía a alguno. En fin, estábamos dispuestos a la aventura pero un poco incrédulos con nuestro viaje. Pero eso fue algo que descubriríamos gratamente durante todo el finde por Marruecos: creer que nos timarían por lo confuso de la situación y salir más felices que un contingente de perdices, con todo a nuestro favor.

Si se desea ir por tour, genial. Pero si lo que queréis ir es libres como pajarillos, recomiendo firmemente hacerse de un guía autorizado allí mismo. No solo porque la policía marroquí es muy estricta con el turista (a veces se les va la lengua pícara y piden cosas que no deben, como pesetas actuales) sino porque nada mejor que un local para conducir por la carretera que en ciertos tramos se pone muy sinuosa.

Marrakech. Más que ciudad roja, on fire.

Marrakech

La mejor forma de empezar el viaje es saliendo desde Marrakech, una ciudad que se merece al menos un día (y te quedarás corto) para recorrer. Pero preparaos, es caótica por donde se la mire. Su plaza principal, Jemaa el Fna concentra lo más relevante de la cultura marroquí en pocos metros. Está siempre llena de gente, músicos, puestos de comida, vendedores ambulantes, encantadores de serpientes -no sacarles fotos si no pensáis dejarles unos cuantos dírham a cambio. O llevar suero antiofídico-, tatuadoras de henna, caballos de paseo y algún que otro mono. Una vez allí, se puede tomar algo en el Café de France que tiene unas vistas increíbles de toda la plaza (el café no es de lo mejor que encontraréis, es verdad, pero las fotos que saquéis desde allí serán top de corazones en Instagram).

Alrededor de la plaza comienza el famoso zoco, visitarlo será una buena forma de precalentar en el sofisticado arte de negociar como un auténtico bereber. Yo me hice especialista después de autoregalarme varias cosas y puedo asegurar que la clave es “retroceder nunca, rendirse jamás”. Mi táctica era simple: si me ofrecían 200 dirham le contestaba con un 150, al 180 que contraatacaba, le tiraba un 130. Es parte de su cultura y ellos también disfrutan de ese toma y daca insalubre. Si los ven muy compenetrados en su papel, amagar con irse del local, ahí bajarán algo más. Eso sí, siempre sonriendo y sabiendo que hay un límite, que ellos además de “jugar” están trabajando.

Cerca podéis admirar por fuera la Mezquita Koutoubia (está prohibido acceder, pero el amanecer de fondo le sienta de maravilla), recorrer los jardines Majorelle o las Tumbas Saadíes (aunque cuando fuimos estaba en construcción y eran más un cementerio de escombros que de dinastías ancestrales).

Pero mi cumpleaños pedía a gritos desierto, y a eso fuimos.

Atlas, el gusto es mío.

Atlas

Si no tienen un guía Mustafa que musicalice el momento para ir poniéndose a tono con el lugar, recomiendo fuertemente a estos músicos que, además de ser los únicos que supe anotar correctamente, fueron los que más escuché durante el viaje: Malika Zarra, Hassan Hakmoun, Mehdi Nassouli.

Un imperdible yendo de camino al desierto es el Kasbah Ait Ben Haddou, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO. Una antigua ciudad amurallada que servía de parada para las caravanas de camellos que vivían del trueque de sal por oro a través del Sahara. Tiene la particularidad de tener callejuelas que se llenan de turistas durante el día pero que se vacían durante la noche, viviendo allí solo 2 familias. Sí, 2. En esa fortaleza.

No habrá lugar donde no quieran venderte pañuelos, artesanías y/o algunas antigüedades, pero no compréis allí, es más caro y demasiado turístico. Mustafa, nuestro bereber favorito, nos sugirió comprar más entrados en el desierto de Erg Chebbi. Así, además de salirnos más a cuenta, haríamos una compra responsable ayudando a auténticos nómadas.

Todo muy bonito, pero ¿las dunas dónde están?

Atlas

Después de comer un buen tajín y quemarse los dedos sosteniendo un vaso de té verde (por lo menos así fue como empecé brindando mi nuevo año), se vislumbra Ouarzazate. Es considerada “la puerta” de entrada al desierto del Sahara, aunque también la puerta de entrada de todo el jet set hollywoodense, ya que allí están los estudios de filmación de películas como El Gladiador, La Momia, el Príncipe de Persia y Lawrence de Arabia, entre otras que no vi. Nosotros seguimos de largo, preferimos quedarnos un poco más de tiempo en las Gargantas del Dades, donde pasamos la noche. ¿Se acuerdan cuando comenté lo de carreteras sinuosas? Esta es la más, más, del mundo mundial. Tajín, cuscús y kefta no sois bienvenidos antes de recorrerlas.

Deseo cumplido: dunas de regalo.

Desierto

Pañuelo Tuareg en la cabeza, check. Cámara en mano, check. Sonrisa imborrable, check.
Sí, ¡llegamos al desierto! Lo mejor para hacerse amigo del camello durante esas 2 horas es no moverse demasiado y, créanme, no apretar sin intención sobre las correas que llevan a los costados. La furia dromedaria puede ser peor que la de Donald Trump.

La arena es de un color dorado que emociona, el atardecer cae tranquilo y de lejos, muuuuy de lejos, se escucha absolutamente n a d a. De cerca, solo el chancletear de Alibaba (el dueño de los camellos, nuestro segundo guía local del viaje). Nada podía ser mejor. Esto es mucho más memorable que tener a Marilyn saliendo de un pastel cantando.

Según el viaje que organicen pueden caer en una jaima turística y popular, repleta de guiris y fogones con canciones que van desde la clásica música del Magreb tocada con tambores hasta Justin Bieber (sí, lo escuchamos de lejos, mal que nos pese). Mi consejo: escapar de los lujos innecesarios. Lo más impresionante de pasar una noche en el desierto es, sin dudarlo, la quietud y el silencio que allí se vive (solo cortado de vez en cuando por turistas con todoterreno). Claro, además de ver caer estrellas fugaces por decenas y descubrir más constelaciones que pecas en la cara de un pelirrojo. También hay quién se lleva la tienda de campaña y acampa allí, sin más. ­­No sé si me animaría a tanto teniendo en cuenta las tormentas de arena que sorprenden con frecuencia según la época, pero para gustos los colores.

Llevar linterna (salvo que haya luna llena), abrigo y animarse a dar una vuelta por el desierto. Eso sí, sabiendo hacia qué lugar volver. Nosotros, por ejemplo, subimos a la Gran Duna (juro que aunque no lo parezca, esto es una referencia. Hay muchas dunas pequeñas y una que se vislumbra desde todo el camino). Desde allí arriba se pueden ver los distintos fogones de los campamentos y, si es buena noche, hasta las luces de Algeria. Al bajar, nos esperaba Alibaba con la cena lista. Sin pastel, pero con la mejor Harira (sopa típica de allí) que le ganó a cualquier regalo recibido.

Este fue, por lejos, el mejor cumpleaños que pasé. Cumplir años en otro país, en otra cultura, en otro cielo y rodeado de muchas palabras impronunciables es algo que todos tenemos que vivir alguna vez. Y como conclusión: sepan que Disney a veces engaña, para pasar una noche mágica en el desierto no se necesita ninguna alfombra. In your face, Aladdin.

*bienvenido, yo tampoco tenía la menor idea qué significaba erg. El desierto se divide en arenoso y pedregoso. El erg es la parte arenosa, en fin, la más bonita y marketinera.

mm
Impuntual sin rehabilitación y dueña de una risa delfín poco disimulable, soy una 4x4 que camina sobre cualquier terreno y si es empinado mejor. Me gusta leer, el arte en todas sus formas, las empanadas y la cerámica. Pero lo que más, más amo en la vida es viajar. Ah, mi palabra comodín es zarlanga. Siempre queda bien en una frase.