La famosa escena de la ducha de ‘Psicosis’ como si yo fuera Janet Leight, el ataque de ‘Los Pájaros’ como si me quisieran comer a mí y un sinfín más de recreaciones han hecho que lo pasara de muerte en la primera gran exposición de Hitchcock en España.

Hoy es el día. Hoy voy a la expo sobre Hitchcock. Llevo meses esperando. Me enfundo mi camiseta negra con la cara de Hitchcock y salgo a la calle. Me hago un selfie todo orgulloso con mi camiseta y tuiteo:  ‘¿Friki yo? Tururú’. Porque del frikismo bonito hay que presumir, y porque Hitchcock es el padre de mis miedos, y lo digo con orgullo. Él me enseñó lo que era el miedo.

De niño, por la noche, miraba debajo de la cama constantemente y dormía con la luz encendida, por su culpa. Cuando tenía que dar la luz del trastero y buscaba a tientas el interruptor en la oscuridad temeroso de que “algo” me fuera a morder… ¿De quién era la culpa? De Hitchcock.

Sí, amigos.Todo eso se lo debo a Don Alfredo (así le llamo yo cariñosamente), él me ha hecho el chico miedoso que soy ahora. Así que entro en el Espacio Fundación Telefónica a la Exposición Hitchcock – Más allá del suspense con esa sensación rara y contradictoria de quien sabe que va a disfrutar completamente… pasándolo un poco regular. Porque eres humano y tus emociones son contradictorias. Y eso, Don Alfredo lo sabía.

Marnie, la ladrona. Cortesiìa de Universal Studios Licensing LLC © 1964 ...

Una vez dentro, veo un cuervo negro que me observa. No se oye nada pero yo oigo su graznido. Paso corriendo como un niño asustado, y de pronto me enfrento con mis peores temores. Veo un montón de imágenes que parecen sacados del baúl de mis pesadillas: una soga, una mano empuñando una cuchilla de afeitar y un desagüe ensangrentado.

Sigo corriendo como el bebé que soy. Y me doy de bruces con la mítica silueta de Don Alfredo que me insta a continuar a la siguiente sala.

Aquí descubro un montón de material gráfico de su puño y letra. Croquis del emplazamiento de la cámara, storyboards y similares. Todo esto me saca un poco de mi ensoñación. Ya no estoy en mi cabeza, ahora estoy de vuelta en la exposición. Adopto un tono de voz pedante y digo (como si yo mismo fuera el guía de la exposición): “La pieza más llamativa de esta sala quizá sea el diagrama con los puntos de ascenso y descenso de la acción en Cortina Rasgada, lo cual nos muestra hasta qué punto controlaba los detalles de sus películas”. Odio al tipo repelente en que me transformo de vez en cuando, pero así soy yo: Géminis de pura cepa.

Sigo avanzando y escucho una música estridente de fondo, son violines pero en mi cabeza suenan como puñaladas, ya sé qué es: es la banda sonora de Psicosis. Busco de dónde viene la música y descubro que viene de detrás de una cortina de ducha gigante, de la cual veo salir una señora mayor despavorida. Así que allá voy, a superar mis miedos.

Psicosis. Cortesiìa de Universal Studios Licensing LLC © 1960 Shamley Pr...

Atravieso la cortina y resulta que es una sala ambientada con azulejos blancos (como si fuera una ducha) en la que proyectan en bucle la escena en la que Norman Bates disfrazado de su madre ataca al personaje interpretado por Janet Leight. ¡Los pelos de punta, oiga!

Después de esta escena intensa, me reconforta llegar a un espacio romántico en el que cinco monitores proyectan besos de las películas de Don Alfredo. Y pienso, para mí, que si estuviera aquí mi mujer la iba a meter un meneo que se iba a enterar de lo que es bueno. O si estuviéramos enfadados pues pasaríamos de largo por aquí. Porque a veces pasa, porque la vida está llena de interrupciones e imperfecciones. Y eso, seguramente Don Alfredo, también lo sabía.

De pronto, veo a la pobre Tippi Hedren sufriendo el ataque incesante de miles de millones de pájaros que la pican en las manos, en la cara, en los ojos. Salgo de esta sala quitándome las plumas de encima.

Y volvemos al amor, amigos. ¿Quién no ha deseado ser Cary Grant y ligar en un tren con una preciosidad rubia? O que te liguen, porque en esta secuencia que proyecta la exposición es Eva Marie Saint la que le tira los trastos al majo de Cary. ¡Dios, qué bonito sería el mundo si todas las relaciones empezasen como en esta secuencia!

La ventana indiscreta. Cortesiìa de Universal Studios Licensing LLC © 19...

Y así me lleva dando bandazos toda la exposición, como si fuera una película de Don Alfredo, entre las relaciones de ambos sexos y momentos de angustia vital y desesperada.

Después, paso un rato en un minicine (parte del montaje de la exposición) viendo lo que veía James Stewart en La Ventana Indiscreta, un espacio tranquilo y para la reflexión, en el que ves cómo se comete un crimen y tú no puedes hacer nada por evitarlo. Y de pronto, caigo en la cuenta de que a Don Alfredo le debo mucho más que mi miedo. Tambien le debo mi gusto por los crímenes (por verlos en la tele, no por cometerlos).

Alfred Hitchcock Š Album

Sigo mi periplo por la exposición con una sonrisa bobalicona en la cara, cuando sin darme apenas cuenta resulta que estoy al principio. He vuelto a la casilla de salida. Allí está otra vez ese maldito pajarraco mirándome y deseando zamparse mis ojos para cenar. Así que vuelvo a salir huyendo como un niño pequeño. Supongo que no he podido superar mis miedos… ¡pero qué bien me lo he pasado… pasándolo  mal!

Gracias por todo, Don Alfredo. Habitarás para siempre en mis mejores pesadillas.

Hoy es el día. Hoy voy a la expo sobre Hitchcock. Llevo meses esperando. Me enfundo mi camiseta negra con la cara de Hitchcock y salgo a la calle. Me hago un selfie todo orgulloso con mi camiseta y tuiteo:  ‘¿Friki yo? Tururú’. Porque del frikismo bonito hay que presumir, y porque Hitchcock es el padre de mis miedos, y lo digo con orgullo. Él me enseñó lo que era el miedo.

De niño, por la noche, miraba debajo de la cama constantemente y dormía con la luz encendida, por su culpa. Cuando tenía que dar la luz del trastero y buscaba a tientas el interruptor en la oscuridad temeroso de que “algo” me fuera a morder… ¿De quién era la culpa? De Hitchcock.

Sí, amigos.Todo eso se lo debo a Don Alfredo (así le llamo yo cariñosamente), él me ha hecho el chico miedoso que soy ahora. Así que entro en el Espacio Fundación Telefónica a la Exposición Hitchcock – Más allá del suspense con esa sensación rara y contradictoria de quien sabe que va a disfrutar completamente… pasándolo un poco regular. Porque eres humano y tus emociones son contradictorias. Y eso, Don Alfredo lo sabía.

Marnie, la ladrona. Cortesiìa de Universal Studios Licensing LLC © 1964 ...

Una vez dentro, veo un cuervo negro que me observa. No se oye nada pero yo oigo su graznido. Paso corriendo como un niño asustado, y de pronto me enfrento con mis peores temores. Veo un montón de imágenes que parecen sacados del baúl de mis pesadillas: una soga, una mano empuñando una cuchilla de afeitar y un desagüe ensangrentado.

Sigo corriendo como el bebé que soy. Y me doy de bruces con la mítica silueta de Don Alfredo que me insta a continuar a la siguiente sala.

Aquí descubro un montón de material gráfico de su puño y letra. Croquis del emplazamiento de la cámara, storyboards y similares. Todo esto me saca un poco de mi ensoñación. Ya no estoy en mi cabeza, ahora estoy de vuelta en la exposición. Adopto un tono de voz pedante y digo (como si yo mismo fuera el guía de la exposición): “La pieza más llamativa de esta sala quizá sea el diagrama con los puntos de ascenso y descenso de la acción en Cortina Rasgada, lo cual nos muestra hasta qué punto controlaba los detalles de sus películas”. Odio al tipo repelente en que me transformo de vez en cuando, pero así soy yo: Géminis de pura cepa.

Sigo avanzando y escucho una música estridente de fondo, son violines pero en mi cabeza suenan como puñaladas, ya sé qué es: es la banda sonora de Psicosis. Busco de dónde viene la música y descubro que viene de detrás de una cortina de ducha gigante, de la cual veo salir una señora mayor despavorida. Así que allá voy, a superar mis miedos.

Psicosis. Cortesiìa de Universal Studios Licensing LLC © 1960 Shamley Pr...

Atravieso la cortina y resulta que es una sala ambientada con azulejos blancos (como si fuera una ducha) en la que proyectan en bucle la escena en la que Norman Bates disfrazado de su madre ataca al personaje interpretado por Janet Leight. ¡Los pelos de punta, oiga!

Después de esta escena intensa, me reconforta llegar a un espacio romántico en el que cinco monitores proyectan besos de las películas de Don Alfredo. Y pienso, para mí, que si estuviera aquí mi mujer la iba a meter un meneo que se iba a enterar de lo que es bueno. O si estuviéramos enfadados pues pasaríamos de largo por aquí. Porque a veces pasa, porque la vida está llena de interrupciones e imperfecciones. Y eso, seguramente Don Alfredo, también lo sabía.

De pronto, veo a la pobre Tippi Hedren sufriendo el ataque incesante de miles de millones de pájaros que la pican en las manos, en la cara, en los ojos. Salgo de esta sala quitándome las plumas de encima.

Y volvemos al amor, amigos. ¿Quién no ha deseado ser Cary Grant y ligar en un tren con una preciosidad rubia? O que te liguen, porque en esta secuencia que proyecta la exposición es Eva Marie Saint la que le tira los trastos al majo de Cary. ¡Dios, qué bonito sería el mundo si todas las relaciones empezasen como en esta secuencia!

La ventana indiscreta. Cortesiìa de Universal Studios Licensing LLC © 19...

Y así me lleva dando bandazos toda la exposición, como si fuera una película de Don Alfredo, entre las relaciones de ambos sexos y momentos de angustia vital y desesperada.

Después, paso un rato en un minicine (parte del montaje de la exposición) viendo lo que veía James Stewart en La Ventana Indiscreta, un espacio tranquilo y para la reflexión, en el que ves cómo se comete un crimen y tú no puedes hacer nada por evitarlo. Y de pronto, caigo en la cuenta de que a Don Alfredo le debo mucho más que mi miedo. Tambien le debo mi gusto por los crímenes (por verlos en la tele, no por cometerlos).

Alfred Hitchcock Š Album

Sigo mi periplo por la exposición con una sonrisa bobalicona en la cara, cuando sin darme apenas cuenta resulta que estoy al principio. He vuelto a la casilla de salida. Allí está otra vez ese maldito pajarraco mirándome y deseando zamparse mis ojos para cenar. Así que vuelvo a salir huyendo como un niño pequeño. Supongo que no he podido superar mis miedos… ¡pero qué bien me lo he pasado… pasándolo  mal!

Gracias por todo, Don Alfredo. Habitarás para siempre en mis mejores pesadillas.

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Lo que más me gusta del siglo XXI es que todavía seguimos usando un palo metálico que pone El Siguiente para distinguir nuestra compra de la de los demás en el supermercado.