Vivimos tiempos de hipsteria y postureo. Todos intentamos demostrar que conocemos los sitios más ocultos, menos transitados. Sin embargo, en medio de este festival de descubrimientos cool y trendy hay un lugar que se muestra como es, sin ningún complejo y en todo su esplendor masificado y contradictorio: y ese sitio es Benidorm.

La primera vez que fui me dejó boquiabierta el hecho de que plantar la sombrilla en la playa fuera una batalla campal (en un alarde que ya quisieran las smart cities, la intentaron conducir a través de una app). No me negaréis que es encantador convertir algo tan anodino como extender la toalla y plantar la sombrilla en una misión épica que transforma cada 24 horas a una cohorte de apacibles abuelitos en líderes espartanos. Los exploradores que no se preocupen, que más allá de las disputadísimas playas de Levante y de Poniente hay alternativas menos concurridas, como las Calas del Tio Ximo o de L’Almadrava, o la excursion a la llamada Isla de los Periodistas, hacia la que salen barcos del puerto con regularidad. Incluso Racó del Conill, en Villajoyosa, una excursión que merece la pena para todo goloso, con el Museo del Chocolate Valor o las sedes de Clavileño y Chocolates Pérez; un sitio estupendo al que llevaré a mis nietos, pero sólo si se portan bien.

01Playa_de_Levante,_Benidorm,_España,_2014-07-02,_DD_05

Se porten como se porten, la cita obligada es, por supuesto, Terra Mítica; que, sorprendemente en una ciudad con doce millones de pernoctaciones al año, estuvo a nuestra entera disposición para montarnos una y otra vez en todo lo que quisiéramos en pleno agosto; otro minipunto que se llevó Benidorm en mi primera visita, de adolescente. Vale, igual no es el mejor momento para montañas rusas, pero ATRACCIONES ACUÁTICAS, amigos. Echad un ojo también al Aqualandia, el parque acuático más grande de Europa hasta 2008; o al Aqua Natura, pensado para aquellos que no aprovechan que tienen hijos para portarse como críos, y que pueden dejarles hacer el cafre mientras disfrutan de un mucho más civilizado y adulto plan de spa.

De todas formas cuando me enamoré del todo fue la segunda vez que lo visité, esta vez en modo festivalero. Y es que el mítico Festival Internacional de la Canción no es ni mucho menos la única cita musical de la ciudad: se ha convertido ahora en cuna de indies gracias al Low Festival, e incluso punks, ya que desde el año pasado acoge también el Fuzzville!!!, una de las novedades underground más interesantes de la escena festivalera en nuestro país. Es más, en Benidorm molan tanto que el Orgullo Gay lo celebran dos veces: una antes de la temporada alta (el Benidorm Pink Weekend) y otra después (el Benidorm Pride). A ver si os habíais creído que sólo de Moros y Cristianos viven los turistas.

Una foto publicada por Low Festival (@lowfestival) el

Me enamoré a raíz de aquel primer Low (cuando todavía se llamaba Low Cost; y es que Benidorm es sorprendemente accesible para todos los bolsillos), porque, sin duda alguna, fue en ese momento cuando me vi poseída por el espíritu real de Benidorm. Para quienes no recordéis la campaña, en la misma salía una mujer que debería ser Patrona de la ciudad como mínimo: la mítica María Jesús y su acordeón. Sí, señores, LA MUJER DE LOS PAJARITOS, que cada noche actúa en su propio karaoke; sólo uno de la media docena de karaokes que encontramos en una ciudad de 75.000 personas. A estos se unen el bingo y el casino (¡en el que no piden etiqueta!) y el maravilloso Benidorm Palace, con su cena-espectáculo: un paraíso kitsch al que pueden sumarse el Rich Bitch Show o el espectáculo medieval del Castillo del Conde de Alfaz.

Ahora nos parece muy habitual moverse en bicicleta eléctrica (y, por supuesto, Benidorm cuenta con ofertas para alquilarlas para toda la familia), pero aquel año resultaba sorprendente ver la cantidad de sillas autopropulsadas que recorrían los paseos. Inmediatamente me imaginé subida en una de ellas recorriendo cada uno de los bares de la zona inglesa (alrededor de la calle Lepanto) para comer toda la “fast food” que aquí no es tan rápida, pero desde luego no es basura, o cada una de las tabernas de pintxos de la zona de Los Vascos en el casco antiguo, entre la Plaza de la Constitución y la calle de Santo Domingo (se lo toman muy en serio, con su propia feria gastronómica en junio). 

 

Una foto publicada por localolita (@loca_lolita) el


Cuando vengan mis nietos a visitarme, podré ejercer de abuela tradicional rodeando la zona y explicándoles que el centro histórico de la ciudad, ahí donde lo vemos rodeado de rascacielos, se remonta ni más ni menos que al XVIII, como reflejan aún la antigua Casa Consistorial en la Plaza de Canalejas, los callejones del centro o la Iglesia de San Jaime y Santa Ana o el cercano castillo de Guadalest; incluso, dándoles la tabarra con la herencia musulmana palpable en los restos de la antigua muralla.  Y cuando ya estén hasta el gorro, mandarles a Finestrat a hacer deporte o de excursión por alguna de las rutas de la Sierra Helada (yo, lo siento, no soy de moverme. Ni de campo. Que se apañen como puedan, que para eso tienen itinerarios).

benidorm-470744_1920

Y, cuando se vayan de vuelta a su rutina escolar, mi temporada de playa sigue. Porque su temperatura media es de 19º al año. Y su ambiente es como el de una gran ciudad: no duerme nunca; nada de “el pueblo” y “la playa”, la ciudad de invierno y la de verano. Y cuenta con un excelente surtido de mercadillos donde ponerme por fin toda esa ropa estridente que ahora me da vergüenza llevar. Y, perdonen que insista, media docena de karaokes para menos de cien mil habitantes. Así que yo lo tengo claro: quiero retirarme en Benidorm. Si se os ocurre un plan mejor para la jubilación, avisad, que igual también me apunto.

La primera vez que fui me dejó boquiabierta el hecho de que plantar la sombrilla en la playa fuera una batalla campal (en un alarde que ya quisieran las smart cities, la intentaron conducir a través de una app). No me negaréis que es encantador convertir algo tan anodino como extender la toalla y plantar la sombrilla en una misión épica que transforma cada 24 horas a una cohorte de apacibles abuelitos en líderes espartanos. Los exploradores que no se preocupen, que más allá de las disputadísimas playas de Levante y de Poniente hay alternativas menos concurridas, como las Calas del Tio Ximo o de L’Almadrava, o la excursion a la llamada Isla de los Periodistas, hacia la que salen barcos del puerto con regularidad. Incluso Racó del Conill, en Villajoyosa, una excursión que merece la pena para todo goloso, con el Museo del Chocolate Valor o las sedes de Clavileño y Chocolates Pérez; un sitio estupendo al que llevaré a mis nietos, pero sólo si se portan bien.

01Playa_de_Levante,_Benidorm,_España,_2014-07-02,_DD_05

Se porten como se porten, la cita obligada es, por supuesto, Terra Mítica; que, sorprendemente en una ciudad con doce millones de pernoctaciones al año, estuvo a nuestra entera disposición para montarnos una y otra vez en todo lo que quisiéramos en pleno agosto; otro minipunto que se llevó Benidorm en mi primera visita, de adolescente. Vale, igual no es el mejor momento para montañas rusas, pero ATRACCIONES ACUÁTICAS, amigos. Echad un ojo también al Aqualandia, el parque acuático más grande de Europa hasta 2008; o al Aqua Natura, pensado para aquellos que no aprovechan que tienen hijos para portarse como críos, y que pueden dejarles hacer el cafre mientras disfrutan de un mucho más civilizado y adulto plan de spa.

De todas formas cuando me enamoré del todo fue la segunda vez que lo visité, esta vez en modo festivalero. Y es que el mítico Festival Internacional de la Canción no es ni mucho menos la única cita musical de la ciudad: se ha convertido ahora en cuna de indies gracias al Low Festival, e incluso punks, ya que desde el año pasado acoge también el Fuzzville!!!, una de las novedades underground más interesantes de la escena festivalera en nuestro país. Es más, en Benidorm molan tanto que el Orgullo Gay lo celebran dos veces: una antes de la temporada alta (el Benidorm Pink Weekend) y otra después (el Benidorm Pride). A ver si os habíais creído que sólo de Moros y Cristianos viven los turistas.

Una foto publicada por Low Festival (@lowfestival) el

Me enamoré a raíz de aquel primer Low (cuando todavía se llamaba Low Cost; y es que Benidorm es sorprendemente accesible para todos los bolsillos), porque, sin duda alguna, fue en ese momento cuando me vi poseída por el espíritu real de Benidorm. Para quienes no recordéis la campaña, en la misma salía una mujer que debería ser Patrona de la ciudad como mínimo: la mítica María Jesús y su acordeón. Sí, señores, LA MUJER DE LOS PAJARITOS, que cada noche actúa en su propio karaoke; sólo uno de la media docena de karaokes que encontramos en una ciudad de 75.000 personas. A estos se unen el bingo y el casino (¡en el que no piden etiqueta!) y el maravilloso Benidorm Palace, con su cena-espectáculo: un paraíso kitsch al que pueden sumarse el Rich Bitch Show o el espectáculo medieval del Castillo del Conde de Alfaz.

Ahora nos parece muy habitual moverse en bicicleta eléctrica (y, por supuesto, Benidorm cuenta con ofertas para alquilarlas para toda la familia), pero aquel año resultaba sorprendente ver la cantidad de sillas autopropulsadas que recorrían los paseos. Inmediatamente me imaginé subida en una de ellas recorriendo cada uno de los bares de la zona inglesa (alrededor de la calle Lepanto) para comer toda la “fast food” que aquí no es tan rápida, pero desde luego no es basura, o cada una de las tabernas de pintxos de la zona de Los Vascos en el casco antiguo, entre la Plaza de la Constitución y la calle de Santo Domingo (se lo toman muy en serio, con su propia feria gastronómica en junio). 

 

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Cuando vengan mis nietos a visitarme, podré ejercer de abuela tradicional rodeando la zona y explicándoles que el centro histórico de la ciudad, ahí donde lo vemos rodeado de rascacielos, se remonta ni más ni menos que al XVIII, como reflejan aún la antigua Casa Consistorial en la Plaza de Canalejas, los callejones del centro o la Iglesia de San Jaime y Santa Ana o el cercano castillo de Guadalest; incluso, dándoles la tabarra con la herencia musulmana palpable en los restos de la antigua muralla.  Y cuando ya estén hasta el gorro, mandarles a Finestrat a hacer deporte o de excursión por alguna de las rutas de la Sierra Helada (yo, lo siento, no soy de moverme. Ni de campo. Que se apañen como puedan, que para eso tienen itinerarios).

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Y, cuando se vayan de vuelta a su rutina escolar, mi temporada de playa sigue. Porque su temperatura media es de 19º al año. Y su ambiente es como el de una gran ciudad: no duerme nunca; nada de “el pueblo” y “la playa”, la ciudad de invierno y la de verano. Y cuenta con un excelente surtido de mercadillos donde ponerme por fin toda esa ropa estridente que ahora me da vergüenza llevar. Y, perdonen que insista, media docena de karaokes para menos de cien mil habitantes. Así que yo lo tengo claro: quiero retirarme en Benidorm. Si se os ocurre un plan mejor para la jubilación, avisad, que igual también me apunto.

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Adicta a la música en directo y matriarca de una peluda familia numerosa. Tiene el corazón dividido entre Sevilla y Lavapiés. El 70% de su cuerpo no es agua, sino una mezcla de café, cerveza y gazpacho. Cuando domine el mundo implantará los tres desayunos diarios por ley.