No es a una sardina a quien lloramos hoy; es a lo que representa.

¿Y qué representa? Nos agarramos a las festividades con la fuerza ciega de la tradición, pero pocas veces nos detenemos a pensar qué significan.

Hoy en día la mayoría de sardinas reciben sepultura así. Foto de RI en Wikimedia Commons.

¿Por qué el disfraz? El Carnaval, fiesta pagana con orígenes en las bacanales griegas y las saturnales romanas, se estableció en la Edad Media cristiana como una época de asueto y regocijo carnal para el pueblo que justo acaba de pasar los rigores físicos del invierno y justo estaba a punto de enfrentarse los rigores más bien espirituales de la Cuaresma.

Era el momento de dejar de ser uno mismo y hacer aquello que no estaba normalmente permitido.

Pero volvamos a la sardina: ¿Por qué una sardina?

Aquí dejamos la Historia y entramos en el terreno de la leyenda urbana (bueno, semiurbana): sardinas eran lo que Carlos III dispuso como tentempié para el fin de fiesta de un Carnaval, una tarde de un miércoles de ceniza del siglo XVIII en la Casa de Campo de Madrid.

Ocurrió que las sardinas estaban más bien pasadas, y ante el hedor la autoridad mandó a enterrar las viandas.

Pero el público no estaba dispuesto a que el contratiempo les aguara la fiesta, así que hicieron del entierro de la sardina el acto central de la celebración.

La pobre sardina a su pesar, pues, ya maloliente ella, como símbolo del desenfreno y el pecado que se entierra hasta el año que viene.

Todo esto tenía sentido, claro, cuando la carne y sus proteínas eran un bien escaso y caro, y la frugalidad de Cuaresma se imponía tanto por la ley de la Iglesia como por la del mercado.

Hoy podemos celebrar el Carnaval en un restaurante vegetariano y ceñirnos a una dieta sobria y saludable por decisión propia e informada.

Y regresar a la carne cuando nos plazca. No hace falta esperar a que sea Carnaval.

No es a una sardina a quien lloramos hoy; es a lo que representa.

¿Y qué representa? Nos agarramos a las festividades con la fuerza ciega de la tradición, pero pocas veces nos detenemos a pensar qué significan.

Hoy en día la mayoría de sardinas reciben sepultura así. Foto de RI en Wikimedia Commons.

¿Por qué el disfraz? El Carnaval, fiesta pagana con orígenes en las bacanales griegas y las saturnales romanas, se estableció en la Edad Media cristiana como una época de asueto y regocijo carnal para el pueblo que justo acaba de pasar los rigores físicos del invierno y justo estaba a punto de enfrentarse los rigores más bien espirituales de la Cuaresma.

Era el momento de dejar de ser uno mismo y hacer aquello que no estaba normalmente permitido.

Pero volvamos a la sardina: ¿Por qué una sardina?

Aquí dejamos la Historia y entramos en el terreno de la leyenda urbana (bueno, semiurbana): sardinas eran lo que Carlos III dispuso como tentempié para el fin de fiesta de un Carnaval, una tarde de un miércoles de ceniza del siglo XVIII en la Casa de Campo de Madrid.

Ocurrió que las sardinas estaban más bien pasadas, y ante el hedor la autoridad mandó a enterrar las viandas.

Pero el público no estaba dispuesto a que el contratiempo les aguara la fiesta, así que hicieron del entierro de la sardina el acto central de la celebración.

La pobre sardina a su pesar, pues, ya maloliente ella, como símbolo del desenfreno y el pecado que se entierra hasta el año que viene.

Todo esto tenía sentido, claro, cuando la carne y sus proteínas eran un bien escaso y caro, y la frugalidad de Cuaresma se imponía tanto por la ley de la Iglesia como por la del mercado.

Hoy podemos celebrar el Carnaval en un restaurante vegetariano y ceñirnos a una dieta sobria y saludable por decisión propia e informada.

Y regresar a la carne cuando nos plazca. No hace falta esperar a que sea Carnaval.