Si tuviera un superpoder, sería el de teletransportarme a una tierra donde el vino sea más barato que el agua. Me hablaron del Alentejo, sus colinas suaves, sus campos de viñedos y un Atlántico que bendice a lo lejos todos sus secretos. Solo entonces descubres que hay más de un Alentejo y su Baixo, Alto, Central y Litoral forman un mosaico de experiencias único en el corazón de Portugal. 

 

Pero vamos al vino. Aquí al enoturista se le hacen los ojos chirivitas de tantos blancos y tintos, tantos coupages y monovarietales. El ADN del Alentejo abarca desde la época romana y su vino de Talha, el cual vive una nueva edad dorada, hasta los sabores más vanguardistas. Saben de lo que hablan. El entorno también importa, y aquí uno siente que vuelve a algún lugar de la infancia, a esa vida amable y sencilla donde los caldos de los dioses se disfrutan mejor.  

En el Napa Valley portugués se maridan tierra, mar y aire a través de sus quesos, una despensa marina de mil matices o el pan, esa cosa tan seria en Alentejo, sobre todo si se acompaña de legumbres, jabalí, burras (carrilleras de cerdo) o gazpacho. Vuelves a abrir los ojos y reconoces al romano, al nazarí y al artesano en torno a la mesa proponiéndote un brindis. ¿Seguiré en 2022?

Y es que el Alentejo ofrece tantas atracciones como épocas. El Tajo fue cuna de los primeros humanos, de su cerámica y su ambición, lienzo de la prehistoria, los caprichos de la Antigua Roma, el medievo y el renacimiento. En los pueblos de Marvão, Monsaraz y la ciudad museo de Mértola se despliegan los baños romanos, tapices de ensueño, iglesias de columnas eternas y tantos dolmenes como viajes al pasado. 

Pero la cosa se pone aún más interesante cuando llegas a Évora y Elvas, ciudades Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, con sus dólmenes y monolitos capaces de hablar con el cielo como ningún otro escenario. Las fortificaciones de Elvas en forma de estrella son aquí las grandes protagonistas con hasta 7 km de longitud, marca que las convierte en las más extensas del mundo. A Évora le dejamos sus 95 monolitos de granito del crómlech de los Almendros (spoiler: mejor al amanecer) junto a una catedral medieval construida sobre una mezquita. Ese aroma a cilantro, lavanda y ensopado de borrego al cruzar sus calles blancas y puertas de colores. Y yo vuelvo a necesitar un vino para reconocer cuál era mi cultura, mi lugar, mi planeta, pero sin dejar de mirar al cielo. 

Ahí tenemos el mundo a nuestro pies a bordo de un globo aeroestático, o la experiencia Dark Sky Alqueva, el primer destino a la luz de las estrellas que aquí parecen más cercanas, más terrenales. Con telescopio y prismáticos en mano multiplicamos el espectáculo a través de la observación nocturna, y se nos echa el amanecer encima, y andas, y ya no hay vuelta atrás: tu destino te conduce al mar de tantas formas como caminos.

Las rutas de senderismo del Alentejo incluyen desde la Rota Vicentina a través de la costa hasta  el Transalentejo, en el área del lago Alqueva y el Guadiana. Caminos forestales, pueblos y aldeas maceradas en siglos de historia que incluso invitan a tomar la bicicleta. Eso sí, mejor una parada para refrescarse en un lago antes de perderse por bosques centenarios y playas donde aún cantan sirenas.

Finalmente hemos llegado a la costa, pero ya no somos los mismos. Vinimos buscando superpoderes y esta tierra se rió de nosotros. Una tabla de surf hacia el horizonte, tantos kilómetros recorridos y una última charla con el firmamento. Suele pasar con el Alentejo: llegas porque te hablaron del vino y te vas con la sonrisa de quien ha tocado las estrellas.

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Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.