Tres monarcas astrólogos, tuvieron una noche un mismo sueño. Aparecía una alta estrella, nunca vista. Pasaron años y años, hasta que una noche se estampó en el cielo una insólita estrella, y los tres reyes supieron que aquella era la estrella del sueño.
Tres monarcas astrólogos, en reinos muy distantes entre sí, tuvieron una noche un mismo sueño.
Aparecía en ese sueño una alta estrella, nunca vista y radiante, que daba la impresión de ser una joya nómada, pues de pronto se apagaba, arrojándose al vacío como esas estrellas suicidas a las que llamamos fugaces, y dejando tras de sí una estela de espuma refulgente, aunque de nuevo volvía a relucir en otro punto, al modo de un juguete luminoso, errante en la negrura de la noche.
Al despertar, cada rey interpretó aquel sueño unánime de un modo distinto, aunque los tres entendieron que aquella estrella soñada era el anuncio de una estrella real, porque las estrellas jamás brillan en vano, ni siquiera en los sueños de los reyes ociosos.
De manera que aquellos monarcas, en sus reinos remotos entre sí, se pasaron años y años vigilando de noche el firmamento, hasta el punto de conocer las palpitaciones de cada cuerpo celeste con más exactitud que las de su propio corazón.
Algunos cortesanos achacaban aquella vigilia a las excentricidades propias de los que nacen poderosos. Otros se lamentaban de la locura insomne que aquejaba a sus señores, absortos ante el teatro que preside la luna. Otros, los de alma sombría, conspiraban en contra de su rey.
Pasaron años y años. Hasta que una noche se estampó en el cielo una insólita estrella, y los tres reyes vigilantes supieron de inmediato que aquella era la estrella de su sueño, y los tres entendieron que debían seguirla.
Texto original de: Felipe Benítez Reyes
Música original de: Javier Ruibal
Narrador: Joaquín Sabina
Dirección: Raquel Barcala y Blanca López
Intérpretes: Álvaro Sánchez de Medina, Antonio Doblas, Quique Seguí