La violencia contra las mujeres responde a un proceso de legitimación social en el que ciertos hombres sienten que está cumpliendo `un deber´. Este es el núcleo temático de la obra que aquí se presenta.
No es cierto que la violencia sea la expresión límite de lo pasional, de lo irracional: todas las sociedades desarrollan una ritualización de las formas de violencia que tiene que ver con las ideologías que las atraviesa. No es cierto tampoco que seamos violentos `por naturaleza´, tenemos instintos agresivos que nos permiten defendernos de un medio hostil, pero la violencia es otra cosa. La violencia contra las mujeres es un mecanismo de control: forma parte de la construcción de la normatividad, de lo correcto y lo incorrecto, de lo permitido y de lo prohibido. La violencia implica siempre el uso del poder, lo que supone la aniquilación del otro como igual.
Los actos de agresión contra las mujeres no son aislados, sino que generan y jerarquizan lo social. Las consecuencias de estos actos persisten incluso cuando la violencia termina. La violencia contra las mujeres responde a un proceso de legitimación social en el que ciertos hombres sienten que está cumpliendo `un deber´, es decir, que están restituyendo un orden que es el admitido, el correcto cuando piensan o sienten que se están desviando de la norma. Este es el núcleo temático de la obra que aquí se presenta.
· Dirección: Ernesto Caballero
· Reparto: Susana Hernández, Beatriz Gras, Natalia Hernández, Carmen Gutierrez, Nerea Moreno.