1. Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar (Salvador Dalí) 

Si un museo contiene una obra de Dalí, el interés siempre aumenta considerablemente. Y en el caso del Thyssen, todas las miradas giran en torno a este cuadro pintado por el maestro catalán durante sus años en Estados Unidos, concretamente en 1944. Un escenario desértico donde la musa sueña  con peces que vomitan tigres alentada por el zumbido de una abeja. Y ahora, si te atreves, prueba a repetir el nombre entero sin ahogarte. 

2. Mata Mua, de Paul Gauguin

Mata Mua (o Érase una vez), un pintor post-impresionista, el francés Gauguin, que durante años idealizó las exóticas islas polinesias, sus costumbres, colores y palmeras. Sin embargo, para cuando llegó a Papeete, lo que encontró fueron los vestigios de una cultura erosionada por la intrusión de la colonización. El resultado de tal decepción fue este cuadro de 1891 en el que varias mujeres del Pacífico reparten su tiempo entre la adoración a Hina, diosa de la luna, y la sobremesa tropical. 

3. Habitación de hotel, de Edward Hopper

La década de los 30 fue sinónimo de Gran Depresión y habitaciones de motel conquistadas por personajes grises. Una atmósfera que define un “sueño americano” en declive inmortalizado por el estadounidense Hopper en obras como esta Habitación de hotel, terminado en 1931 y convertido en perfecta representación de la soledad yanki. 

4. Retrato de Giovanna Tornabuoni, de Domenico Ghirlandaio

La segunda planta del Thyssen da cabida a una colección de pintura antigua italiana entre la que destaca el Retrato de Giovanna Tornabuoni, reflejo de una joven de la nobleza de Florencia que moriría el mismo año de creación del cuadro, en 1488, tras dar a luz. Una joya del Quattrocento italiano que supone el mejor viaje al esplendor italiano del siglo XV. 

5. Les Vessenots en Auvers, de Vincent van Gogh 

A finales del siglo XIX, más concretamente en 1890, el impresionismo eclosionó en la trayectoria de van Gogh coincidiendo con su llegado a la agreste Arlés, al sur de Francia. Una etapa de contemplación basada en obras que reflejaban la sencillez de los pueblos provenzales, siendo el mejor ejemplo este lienzo de Les Vessenots, un barrio de Arlés en el que el propio artista se planteó montar un taller de artistas que nunca llegaría a abrirse.

Visitar un museo nos permite viajar en el tiempo y espejo a través de sus muchos secretos. El Thyssen es el mejor ejemplo de una aventura que comienza en el sueño más salvaje, para terminar en esa Francia eterna. 

mm
Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.