El verano pasado fui de alternativa, las vacaciones tradicionales de coger un avión, estar tantas horas antes en el aeropuerto, no poder llevar todo lo que te gustaría en el neceser… y un sin fin de gestiones que, aunque acaban compensando, hay veces que se hacen bola. Hay veranos en los que te apetece mucho irte lejos y otros en los que solo quieres estar con los tuyos, hacer kilómetros por el territorio nacional y sentirte un poco caracol llevando tu casa a cuestas.

Así que mi novio (que sabe que no hay nada que me haga más feliz que los pequeños placeres, como estar conduciendo, con las ventanas un poco abiertas, con la música a tope y cantando a pleno pulmón), su hermano, Bruno, que se apunta a un bombardeo y su novia, Mariona, decidimos que este era el año de alquilar una camper, y os prometo que no hay nada más romántico que unas vacaciones así. 

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Alquilamos una camper de roadsurfer, de hecho, aprovechamos un descuento de la web y nos salió mucho mejor de precio (hay cosas que cuando pasan hay que saber aprovecharlas). Y, de repente, teníamos una casa con ruedas que prometía convertir cualquier destino en nuestro hogar. 

Me acuerdo del día que salimos, cual niños estrenando zapatos, recogimos nuestra camper en Barcelona. Era perfecta, era todo lo que ponía en la web, era todo lo que queríamos. Cuando la alquilamos, decidimos que iríamos a Andalucía, que nos apetecía probar por primera vez la feria de Málaga, de los pocos sitios en los que ninguno habíamos estado, así que dibujamos una ruta para ver todo lo indispensable y nos lanzamos a rodar rumbo al sur.

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La camper se convirtió en nuestro refugio mientras nos acercábamos a la tierra de Picasso. Cada día cambiaba el paisaje a nuestro alrededor. Almería fue nuestra primera parada. Condujimos casi todo un día hasta llegar ahí, escuchamos discografías enteras, recordamos nuestras mejores anécdotas y nos reímos con juegos de carretera que fuimos inventando. ¡No me acordaba de lo adictivo que era lo de sumar números de matrículas! Uno de los mejores momentos fue cuando Bruno descubrió que el agua de la ducha estaba fría (a quién se le ocurre ducharse de noche, también te digo).

Cabo de Gata nos regaló sus playas y calas, donde el sol se fundía con el mar en un abrazo de luz. Una noche decidimos que la arena sería un colchón perfecto para ver las estrellas de noche. Casi nos quedamos dormidos escuchando el susurro de las olas.

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Al día siguiente Granada nos recibió con su Alhambra, un palacio de cuento de hadas que te transporta a las mil y una noches. Paseamos por sus calles, nos perdimos en sus jardines y nos prometimos volver, algún día, solo los dos, ya que esa vez disfrutamos del grupo pero hay cosas que hay que vivir en pareja, sin duda. 

Continuamos la ruta hacia Cádiz. Allí, entre chiringuitos y guitarras, nos sentimos como auténticos Andaluces. Y en Sevilla cerramos con broche de oro nuestro viaje, bailando un flamenco improvisado en una plaza, bajo la mirada de la Giralda y de todos los que debían estar riéndose bien del “arte” de esas dos catalanas venidas arriba.

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Siempre recordaré nuestra ruta por Andalucía, en que la camper se convirtió en más que un medio de transporte; era nuestra compañera de viaje, nuestra confidente, cómplice de aventuras y testigo de inolvidables debates. Uno de los mejores debates, y el que nos llevó a un mejor desenlace, surgió precisamente camino hacia los pueblitos blancos, entre Mariona y Bruno. Ella aseguraba que teníamos suficiente gasolina para llegar, mientras que él decía que teníamos que repostar.

Por alguna razón seguiremos el instinto de Mariona y continuamos sumergiéndonos en la belleza de los paisajes andaluces. Pero, como en toda buena historia, hubo un giro: efectivamente, nos quedamos sin gasolina. Sin embargo, lejos de ser un problema, el incidente se convirtió en la oportunidad perfecta para una aventura no planeada (y para meternos un poco con Mariona, claro)..

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La camper, fiel hasta en los momentos más inesperados, nos llevó suavemente con su último aliento hasta un pequeño pueblito blanco que no estaba previsto en nuestro mapa, precioso. Allí, entre calles empedradas y casas encaladas, descubrimos la esencia de la Andalucía más auténtica. Dos lugareños nos recibieron con los brazos abiertos, compartiendo historias de cuando ellos tenían nuestra edad, risas y, por supuesto, un poco de gasolina para continuar el viaje. Solo los mejores improvisan, o eso dicen, y en nuestro caso, salió bien. 

Moraleja: a veces, los desvíos inesperados son los que nos ofrecen los tesoros más valiosos. Y así, gracias a la camper y a nuestro espíritu aventurero, hoy tenemos una anécdota más para contar. Al volver contamos que Mariona no sabe calcular los kilómetros de gasolina, que la gente del sur es la más maja del mundo y que la Giralda vio bailar flamenco a dos catalanas. Qué más se puede pedir. 

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He pillado en tardarlo