Miras atrás y no reconoces hasta dónde alcanza el desierto. Dunas, dunas y más dunas. Sigues avanzando con los pies pesados y, atención, ¿es esa franja azul la del mar? Acércate un poco más y toca el color, que no es un espejismo.

Dunas de Maspalomas
Dunas de Maspalomas

 Las Dunas de Maspalomas, al sur de Gran Canaria, siempre ha sido la estampa más característica de la isla afortunada, y no es para menos. Pero es solo una excusa para llegar a la cima, a un continente portátil. Porque a Gran Canaria, cuando se la conoce, se la lleva en los bolsillos y en el corazón a todas partes. Ahora así: ¿por dónde empezar cuando nos encontramos en una isla hecha de tantos mundos? 

Puerto de Mogán
Puerto de Mogán

Podemos comenzar por sus pueblos: ahí tenemos la calle Real de la Plaza de Teror, tan colorida que el Caribe parece más cerca. El encanto de las casas encaladas asomadas al mar en Mogán, cuyo pequeño puerto defienden barquitas con nombres de sirena tatuadas. O el encanto neogótico de la Iglesia de San Juan Bautista, en Arucas, perfecto cruce entre el trópico y un lejano país medieval. Hay un canto que procede de las montañas, de un pueblo de Tejeda que se deja recorrer con los sentidos, a través de sus almendros y calles blancas que huelen a cilantro y sopa de la Virgen.

Arucas casco histórico

Ojo a la gastronomía, porque la de Gran Canaria es digna de un continente propio a juzgar por tantas influencias: las papas con mojo que no falten, pero haz hueco a la piña (o mazorca), el potaje de berros, las carajacas con su majadito de comino y ajo, la ropa vieja, el sancocho canario, la carne de cochino negro o ese contradictorio pescado llamado burro, sin olvidar los imprescindibles como la vieja, el cherne y el atún. Delicia. El mar se saborea mejor en San Cristóbal, el barrio marinero de Las Palmas de Gran Canaria, donde los mejillones se arrancan de las rocas y el horizonte aún entona los cantos de antiguos pescadores. Un paseíto por Las Canteras y el casco antiguo de la capital para terminar en el Risco de San Juán, acuarela formada por tantas casas de colores como puntos Instagram. 

Playa de las Canteras
Playa de las Canteras

Y despertar entre palmeras en una finca típica mientras alguien te lleva de la mano por las plataneras. Gran Canaria es cercanía, es tradición. Es una historia que recorre los surcos y escala las montañas, entre los tilos y la laurisilva de los Tilos de Moya, el atardecer en Agaete y los pinares que florecen entre los barrancos de la Reserva Natural Integral de Inagua. Ziug-zag, una bicicleta, que Gran Canaria se recorre de muchas formas y la mayoría son sostenibles.

Agaete Las Nieves
Agaete Las Nieves

Ascendemos, y dejamos tanto atrás. Volvemos a lo árido, al desierto, porque los colores en Gran Canaria son como la caja de bombones de Forrest Gump y nunca sabes cuál te va a tocar. Risco Caído y Montañas Sagradas es Patrimonio de la Humanidad de la isla y entre sus cimas aún resuenan los cantos de los aborígenes canarios. Te vas acercando a todos los secretos. Finalmente, allí lo ves: el Roque Nublo, ese roque volcánico que se alza a 1.813 metros de altura e invita al mejor trekking.

Roque Nublo
Roque Nublo

Esta tierra es nómada y a sus alturas se asoman los secretos del cielo. Te pilla la noche, pero sigues mirando, pidiendo deseos. Las estrellas aquí se ven tan cerca que merecen ser protegidas. Por algo el firmamento de la isla está considerado destino Starlight dada la gran visibilidad de sus cielos. Y aquí estamos, demasiado arriba, sin mirar atrás. Porque Gran Canaria es una isla continente pero, si llegas hasta sus límites, descubres que realmente se trata de una isla universo.

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Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.