En un mes (y día) lleno de motivos para celebrar la literatura, El Principito nos lleva por un mundo lleno de historias donde caben desde Harry Potter a Willy Wonka. Nadie se escapa a la ambición rubia.

Ojo, que hay algún pequeño spoiler.

¿Dónde están los hombres?

“Pero sé que verdaderamente volvió a su planeta pues, al nacer el día, no encontré su cuerpo”. Esta frase está incluida en uno de los últimos párrafos de El Principito, el famoso libro de Antoine Saint-Exupéry publicado en 1943. Ay, Antoñito… ¿tú estabas seguro de que aquel niño de pelo rubio adicto a la jardinería se fue sin más? ¿Que nunca volvió a interesarse por la Tierra? Nosotros no apostamos por ello.

De hecho, una vez llegó al norte de África, El Principito decidió dar una vueltita por el mundo y, de paso, autoconvencerse si realmente merecía la pena seguir en la Tierra o volver a reflexionar entre los volcanes dormidos de su planeta.

Sí, El Principito aún sigue en el mundo tras comenzar su periplo ascendiendo por el Sáhara y llegando hasta Chiclana en una alfombra mágica. Y es allí, un poquito más al oeste, en Huelva, donde conoce a un burro llamado Platero al que su dueño, Juan Ramón Jiménez, no deja nunca en paz. Se pasa el día hablándole del viento, de los toros y los gitanos del pueblo. Y no es que no sea interesante, pero nuestro amigo quiere conocer más, el mundo entero y sus historias. Como la que descubre en Mota del Cuervo cuando un hidalgo montado en un caballo llamado Rocinante confunde molinos con gigantes. Don Quijote resulta demasiado borderline para él.

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El Principito es como el ángel Gabriel: no necesita de visados ni pasaportes para cruzar las fronteras. En Francia se topa con una mujer en depresión llamada Madame Bovary y le habla a un jorobado que, como él, es un ser incomprendido asomado desde el campanario de Notre Dame. Al parecer, el mundo está aún peor de lo que parecía en la primera parte. Pero no le importa, está seguro de que descubrirá la verdad. Se lo confirma Oskar Matzerath, un niño alemán que golpea un tambor de hojalata y que tampoco quiere ser uno de esos adultos que no se acuerdan que una vez fueron niños (Exupéry dixit).

Un suspiro más y un salto al lugar de relojes famosos y rituales del té. En Reino Unido, El Principito conoce muchas historias pero, también, aprende algunas lecciones. Tras asomarse al Andén 9 y ¾, Virginia Woolf le explica las claves del feminismo, y en la campiña inglesa, Elizabeth Bennet le dice que no todo en esta vida es casarse con un hombre, quizás por el orgullo y prejuicio que le suscita el señor Darcy. Tras vagar por el pueblo de Shakespeare, persigue a un conejo blanco a través del campo y entra en un túnel que lo transporta a Grecia en vez de a los territorios de la Reina de Corazones.

Le han hablado muy bien de un bar irlandés regentado por un tal James Joyce. También del frío y los besos furtivos que Antón Chéjov describía en sus cuentos. Pero ya es tarde.

Mil y una lecturas

Al llegar a Grecia, El Principito ayuda a remar a ese otro Ulises a través de islas de sirenas y cíclopes hasta llegar a Oriente Medio, donde se cuela en un palacio. En el mismo, la doncella Sherezade es una storyteller nivel Senior que trata de complacer con sus historias a un sultán que amenaza con degollarla. ¿Lo peor? Que a la pobre aún le quedan mil y una noches por delante. Y  la paciencia nunca fue el mayor don del Principito.

En India, tras taparse los ojos viendo las prácticas del Kamasutra y emocionándose con las aventuras de Rama y Sita en el Ramayana, se convierte en cómplice de los gemelos Estha y Rahel, protagonistas de ‘El dios de las pequeñas cosas’ de Arundhati Roy. De paso se pasea en un barco arrocero por las marismas de Kerala hasta llegar a China y husmear en las intrigas de alcoba del protagonista de ‘Sueño en el Pabellón Rojo’.

Pero aún queda lo mejor: Japón, país donde descubre que tiene la misma habilidad que el protagonista de Kafka en la ‘Orilla de Murakami’ para hablar con los gatos.

¿Balance? La Tierra está muy mal, pero parece mucho más excitante que su viejo asteroide.

6.000 millas de soledad

Tras acompañar a un joven llamado Pi y a su tigre Richard Parker por todo el Pacífico, El Principito llega a las Américas. Aún luce tupé aún perfecto aunque perdiese su pajarita durante un ataque de Moby Dick.

 

En los States, el primer lugar que visita es la Fábrica de Chocolate de Willy Wonka, sus ardillas obreras y sus chicles que te hacen cambiar de color. De la Costa Oeste a la Este descubre cómo es el país más mestizado del mundo gracias a Ngozi Adichie, Lahiri o Tan.

Sin embargo, la cosa se pone aún más interesante cuando baja por Florida hasta el Caribe, la llave de Latinoamérica. Un continente donde la magia supone una nueva dimensión. Se lo confirma el mundo de ‘lo real maravilloso’ que Alejo Carpentier tejió entre Cuba y Haití, o el desierto fantasmagórico de México al que un niño llegó buscando a su padre, Pedro Páramo.

“Al oeste de Riohacha, colindante con los pantanos del sur, al este de la Ciénaga Grande y con el mar al norte”. Sin necesidad de Google Maps, El Principito se topa con Aracataca aka Macondo, el pueblo donde vivían Los Buendía de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Como una carraca todos, claro, pero tan genuinos que El Principito se pasa una semana comiendo arepas mientras escucha las historias del gitano Melquíades.

 

©Alberto Piernas

Finalmente, toca llegar al Fin del Mundo, a una tierra argentina en cuyas calles de Buenos Aires conoce a un señor llamado Jorge Luis Borges. El mismo que poco después le enseña un desván. Le dice que en este lugar se encuentran todos los puntos del universo. Que podrá acceder a la Tierra Media y a Narnia, incluso volver a su propio asteroide.

El Principito pone un pié en la trampilla, pero después la recoge. Se gira hacia Borges y le invita a un mate. Quizás luego venga un tango con una rosa. Es hora de festejar su 75 aniversario, el Día del Libro y el de Sant Jordi que, este 23 de abril, consolida el viaje de nuestro rubio amigo por un planeta Tierra no tan perfecto pero lleno de grandes historias.

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Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.