Este año me apetecía viajar por Europa, explorar el viejo continente, tan lleno de historia, arte y cultura. Pero a medida que empezaba a planificar mi viaje, una vocecita en mi cabeza comenzaba a torturarme…

“Los franceses son arrogantes, los ingleses son fríos y distantes, los italianos son ruidosos y los alemanes son demasiado serios.” Yo, que un día fui joven y valiente, me encontraba atrapada en esta red de tópicos, dudando de si mi aventura europea sería, más que aventura, una ardua travesía rodeada de gente rara con la que no tenía nada en común.

 

Francia

Y al final resultaba que la rara era yo, sentada en mi escritorio, con guías de viaje y mapas desparramados por todas partes y autoboicoteando mi entusiasmo inicial. ¿Cómo iba a disfrutar del viaje si llegaba con una mochila llena de prejuicios?

Por suerte, mi yo aventurero (y clarividente) tardó poco en acudir al rescate. “En lugar de vacilar en Instagram con mis fotos #sinfiltros, voy a descubrir de verdad cada lugar y su gente sin prejuzgar”. Recordé una cita que había leído alguna vez y me encantó: “Viajar es fatal para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente”. Si Mark Twain tenía razón, yo estaba decidida a comprobarlo. Te cambio el #sinfiltros por un #sinclichés.

 

Grecia

Y así, con mi recién estrenada mentalidad abierta y tolerante, emprendí mi viaje. Y, qué curioso, en Francia me encontré con unas chicas francesas de lo más amable que me acompañaron por el Barrio Latino, en Gran Bretaña me partí de risa con unos ingleses más salaos que el bacalao y en Berlín conocí a unos alemanes encantadores que me explicaron por qué no tiene sentido juzgar a los demás y poner etiquetas sin conocer a las personas (en su caso la historia les ha hecho sufrir lo suficiente para darse cuenta de eso).

Aunque si una de las experiencias me marcó fue la que tuve en Oslo, Noruega. Estaba en un pequeño café, tratando de decidir qué hacer esa tarde, cuando un hombre se me acercó y me preguntó si podía sentarse. Se parecía sospechosamente a Thor, pero resultó ser Henrik, un noruego que estaba fascinado por los libros y la cultura españolas. Y ahí estaba yo para ilustrarle. Nos pusimos a hablar y me contó sobre las tradiciones noruegas, los fiordos y la historia de su país. Al cabo de un rato, me invitó a un concierto de música folk noruega. No sabía qué esperar, pero decidí ir y resultó ser increíble. La hospitalidad de Henrik y sus amigos me hizo sentir como en casa y entre todos rompimos la noche y todos los prejuicios que hasta entonces había tenido.

Así que mi aventura europea acabó siendo una lección sobre diversidad, tolerancia y riqueza cultural. Y lo más importante: comprobé una vez más que viajar es más que visitar lugares; es desafiar nuestros propios límites y una lección de humildad.

Así que la próxima vez que te encuentres planificando un viaje, acuérdate de mi historia. Viaja con el corazón y la mente abiertos, dispuestos a descubrir el mundo tal como es, no como los refranes nos dicen que es.
¡Feliz viaje!

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No te tomes tan en serio, nadie más lo hace.